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Guerreros de sangre parte 9 - Fictograma
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Guerreros de sangre parte 9

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averius

Publicado el 2025-07-19 23:16:47 | Vistas 179
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El amanecer revelaba más que cadáveres y muros quemados. Revelaba el vacío profundo que sólo el sufrimiento entre hermanos podía cavar. Las llamas aún consumían los balcones superiores del castillo, y desde los muros colapsados, una sinfonía de crujidos, gemidos y pasos temblorosos tejía la atmósfera de desesperanza. Quik avanzaba entre los restos, cada paso un recordatorio de su cuerpo quebrado. Su brazo derecho colgaba inútil, fracturado; sus costillas dolían con cada respiración. Pero lo que más pesaba no era físico: era el tormento de mirar a Darkmind y no ver rastros de su hermano menor. —¿Cómo soportaste tanto sin volverte monstruo? —susurró Quik, más a sí mismo que a los demás. Darkmind giró lentamente, las sombras que lo envolvían reaccionando como tentáculos atentos. No respondió con palabras. Lo hizo con su mirada: un reflejo hueco de un niño que había dejado de esperar amor mucho tiempo atrás. Desde las alturas del torreón, Luke observaba con ojos de cristal. Cada frasco que lanzaba era como arrancarse parte del alma y usarlo como arma. Las explosiones no sólo buscaban destruir estructuras... sino romper vínculos. Takeru corría entre las columnas rotas. Su katana había perdido parte de su filo, pero sus pies seguían ágiles. No buscaba victoria. Buscaba una oportunidad de detener lo inevitable. —¡Basta! ¡Por favor! —gritó, su voz cortada por el humo y la angustia—. ¡No somos enemigos! ¡No fuimos buenos... pero somos hermanos! El eco de su desesperación rebotó entre los escombros... y murió como el último suspiro de una promesa rota. Luke lanzó otro frasco. Darkmind avanzó con furia. —Tú eras nuestro ejemplo... —murmuró con rabia contenida—. ¿Y esto fue lo que nos enseñaste? A ser abandonados. A sobrevivir solos. Quik, cubierto de cenizas, cayó de rodillas. Ya no por dolor físico, sino por el peso insoportable de escuchar esas palabras desde la boca del niño que alguna vez le pidió protección. La angustia era total. No quedaba lugar para el perdón, solo para el sufrimiento compartido en un castillo que se caía a pedazos... tal como ellos. Entre los restos del castillo, los ecos de la batalla seguían resonando como lamentos antiguos. Takeru alcanzó la torre quebrada donde Luke preparaba otro frasco letal. El cristal centelleaba con tonos venenosos, reflejando el rostro endurecido de un hermano que alguna vez fue tímido, curioso... y ahora parecía una sombra de sí mismo. —Luke —dijo Takeru con la voz rasgada por el humo—. ¿De verdad quieres que termine así? Luke no respondió. Sus dedos temblaban sobre el frasco, no por miedo, sino por tensión acumulada. Cada palabra que oía de Takeru era una puñalada emocional que se esforzaba por ignorar. —Lo que nos pasó... no fue justo. Lo sé —prosiguió Takeru, dando un paso más, despacio, sin levantar su espada—. Pero esto... esto tampoco es justicia. Es dolor disfrazado de venganza. Un grito de guerra se filtró desde el pasillo inferior. Soldados de la Confederación arremetían contra los últimos defensores del Reino del Oeste. Los muros vibraban con cada impacto, mientras escombros caían como lluvia maldita. Luke tensó la mandíbula. Su mirada, aguda como el veneno que creaba, se clavó en Takeru. —¿Dolor? —susurró—. Tú me hablas de dolor. ¿Tú, que viste caer a Wuwin y seguiste corriendo? Takeru retrocedió un paso, como si la frase lo hubiera apuñalado más fuerte que cualquier arma. —No hay un día que no lo recuerde —murmuró—. No hay noche en que no me despierte con su rostro en mi mente. Las palabras se hundían entre ambos como cuchillas invisibles. En ese instante, una bola de fuego explotó en la torre adyacente, lanzando fragmentos de piedra y madera. Un soldado enemigo entró con una lanza alzada, pero Takeru lo bloqueó con su katana en un giro certero. La lanza se partió. El soldado cayó. Luke no se movió. —¿Y qué hago con lo que siento, Takeru? ¿Dónde meto todos esos años en los que creí que aún me querías? Takeru bajó su arma lentamente. Su voz, apenas un suspiro: —No lo olvides. No me perdones. Pero no me mates todavía. Luke apretó el frasco... y por primera vez, dudó. El interior del castillo era un laberinto de fuego, humo y piedra partida. En medio del ala sur, una gran columna derruida dividía a Quik y Darkmind. Los dos habían cruzado espadas, puños y recuerdos, y ahora sólo quedaba el dolor palpitante en cada palabra no dicha. Darkmind caminaba entre los cuerpos, su silueta envuelta en sombras danzantes que se alimentaban del miedo. Sus ojos brillaban con furia contenida. Cada paso que daba resonaba en la mente de Quik como una acusación viva. —¿Sabes qué pienso cada vez que veo morir a alguien por mis manos? —dijo Darkmind, extendiendo la palma, dejando que una sombra se alzara y apretara el cuello de un soldado que aún respiraba—. Pienso... "esta muerte empezó cuando tú decidiste correr". Quik, jadeando, se incorporó con dificultad. Su cuerpo era una ruina, pero su mirada era clara. —No hay excusa. Nunca habrá. Pero lo que soy ahora... es alguien que vive con eso todos los días. Darkmind soltó al soldado, que cayó inconsciente. Las sombras retrocedieron un poco, como si la confesión de Quik hubiera hecho tambalear su poder. —Me enseñaste a esperar protección... y cuando más la necesitaba, me enseñaste a estar solo —susurró Darkmind. Quik lanzó un corte desesperado, pero Darkmind lo desvió con una ola oscura que pareció absorber el filo. Las sombras contra el acero vibraron en una explosión que tiró a ambos al suelo. Rodeados de caos, los dos hermanos se levantaron lentamente. Un soldado enemigo apareció detrás de Darkmind, lanzando una flecha que rozó su hombro. Darkmind reaccionó con ira desmedida, invocando una ráfaga de oscuridad que consumió al atacante sin dejar restos. —¡Esto no es poder! —gritó Quik—. ¡Esto es dolor mal dirigido! ¡Es odio que te está pudriendo por dentro! Darkmind se detuvo. Las sombras se contuvieron. Por un instante, su pecho subió y bajó de forma irregular. Su rostro mostró algo más allá del odio: un destello de... vacío. Quik bajó su espada. —Si aún hay algo de ti ahí... no uses lo que nos hicieron para destruir lo que queda. El silencio entre ellos fue más fuerte que los rugidos de guerra. La batalla no había terminado. Pero algo invisible había temblado. Las brasas del castillo ardían, pero lo que estaba realmente consumiéndose era el último hilo invisible que unía a los hermanos. Entre las ruinas y los cuerpos, entre los fragmentos del pasado y las cenizas del presente, Quik y Takeru dieron el último paso. —No estamos aquí para sobrevivir —dijo Quik, con la espada baja, la voz herida—. Estamos aquí porque, aunque sea tarde, merecen escuchar lo que nunca pudimos decir. Darkmind lo miró sin moverse. La sombra que lo rodeaba titiló, como si dudara. Takeru se acercó, sin katana en mano. La arrojó al suelo con firmeza, un símbolo de rendición. —No pedimos tu perdón —dijo con lágrimas en los ojos—. Lo que hicimos nos persigue cada día. Solo queremos que sepas que, antes de que esto nos destruya por completo... lo sentimos. Lo sentimos por haber sido débiles. Luke descendió desde la torre, frasco en mano. La expresión en su rostro era de absoluta desolación, como si la confesión de sus hermanos fuera una burla más. —¿Y eso qué cambia? —respondió con voz fría—. ¿Nos devuelve los años de encierro? ¿Las marcas en la espalda? ¿El vacío? Darkmind dio un paso más cerca. Por un instante, la sombra que lo envolvía retrocedió. Pero en sus ojos, había un brillo definitivo. —Las palabras no reconstruyen a un hombre roto —murmuró. Entonces lo dijo, sin odio, pero con una fuerza devastadora: —Ya no tenemos hermanos. Luke alzó el frasco. Darkmind volvió a invocar sus sombras. Quik y Takeru no se movieron. Porque la batalla había dejado de ser física. Ahora era una herida que jamás cerraría. Un silencio se apoderó del campo, más terrible que cualquier grito. Y aunque los dos mayores intentaron gritar al mundo que lo lamentaban, sus voces solo encontraron el eco cruel de un vínculo que ya se había muerto. La ruptura fue final. Y lo único que quedó... fue el vacío.
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Avatar de Valentino-Prádena
Valentino-Prádena 2025-07-20 11:44:00

Un capítulo espléndido, pero amargo, que sella para siempre la enemistad no deseada entre hermanos, que, a propósito, no fue culpa de ninguno.