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Reino de fuego y sombras II - Salamandras - cap36 - Fictograma
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Reino de fuego y sombras II - Salamandras - cap36

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heguendm

Publicado el 2025-09-05 13:05:07 | Vistas 315
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Limpiando la tierra:

Temma conquistó la ciudad de Benkiran y volvió a Mahaila. La ciudad era igual que las demás; amurallada contra las tormentas de arena, edificaciones de piedra de poca altura, estructuras redondeadas para evitar la acumulación de arena en bordes y esquinas. Temma atravesó la puerta de la muralla con su rostro y su piel escamosa expuestas al Sol. Los guardianes de la puerta lo saludaron con una reverencia.
«Podría acostumbrarme a esto», pensó mientras caminaba libre y expuesto en dirección a la residencia del tahal.
—¿Qué tal fue todo? —preguntó Moger al ver a Temma entrar por la puerta y quitarse los zapatos.
—El tahal está muerto, no tuve elección —contestó Temma.
—Bueno, no importa; de todas formas, el control de la ciudad recae sobre los ancianos —comentó Xavier.
—¿Realmente podemos dejar las cosas así? ¿No se revelarán contra nosotros? —planteó Uruk.
—Es posible, pero por el momento nos conviene. El Reino del Sur funciona así; los tahales tienen el poder militar, los ancianos tienen el control de la economía y el orden de la ciudad. Si los ancianos no cumplen su función, el tahal los castiga. Tenemos el control de cuatro de las cinco ciudades, solo nos queda Datela —comentó Xavier mirando a Moger.
—La ciudad está en la falda de los volcanes. Es el lugar perfecto para nuestro nido. Es posible que los huevos puedan nacer allí, pero los habitantes de la ciudad no se rendirán fácilmente.
—He hablado con Jalik, Datela no caerá sin una guerra. El tahal es el más necio de todos los tahales; además de esto, es un hombre fuerte que no ha sido derrotado en más de diez años. Sus soldados son fieles hasta la muerte y detestan las antiguas tradiciones y creencias en los antiguos dioses. No creo que podamos usar las leyendas como forma de control —explicó Xavier.
—Por cierto, ¿cómo sabías que podíamos establecernos tan fácil en el Reino del Sur? —preguntó Uruk, los demás miraban a Xavier con la misma curiosidad.
—No lo sabía; durante mis años de mercenario contacté con algunos mercenarios que abandonaron el sur, escuché las historias, sabía de sus creencias, pero nunca pensé que las cosas llegarían a este extremo. El Reino del Sur no ha avanzado nada en doscientos años.
—Mejor, esto nos conviene —comentó Moger mientras los demás lo miraban. —Destruyamos la ciudad, servirá de lección a los demás y, de paso, limpiamos la tierra; no podemos permitir humanos alrededor del nido.
Los demás asintieron.
—Que así sea —contestó Xavier tras pensarlo unos minutos. —¿Quiénes lo harán?.
—Yo iré —contestó Moger.
—Yo me quedaré aquí a proteger a Xavier y los huevos —contestó Uruk mirando al improvisado horno de piedra que ardía todo el día incluso en el calor del desierto.
—Bien, acompañaré a Moger —ofreció Temma.
Unas dos semanas después, Moger y Temma llegaban a Datela. Se presentaron en la ciudad sin cubrir sus rostros y sin ilusiones. Sus pieles escamosas en colores azul y gris, sus rostros de reptil y sus ojos hicieron a los guardias temblar, habían escuchado rumores de que los tahales de las demás ciudades habían sido destronados por un grupo de dioses reptiles. Esas historias ridículas causaban risa, pero ahora que los veían en persona, no les hacía gracia. Aun así, los guardias cumplieron con las órdenes del tahal y sonaron el gong que hacía de alarma. El retumbar del disco metálico se extendió por toda la ciudad.
—Empezamos temprano. —Sonrió Moger, lanzándose al ataque sobre los guardias.
Para el momento en que el resto de los guardias de la ciudad llegó a la puerta, encontraron a sus compañeros destrozados, partes de sus cuerpos y órganos esparcidos por el suelo.
—¡Alto en nombre del tahal!—gritaron.
Temma y Moger se lanzaron contra ellos. Las armas eran inútiles, incluso si acertaban algún golpe. La dura piel de los dos monstruos con forma humana limitaba el daño al mínimo. Unos tras otro, los guardias vieron a sus compañeros morir, las sonrisas salvajes y las miradas sedientas de sangre les hicieron temblar. Uno de ellos perdió la calma y salió corriendo. Como una infección, el miedo se esparció entre los guardias y huyeron.
—Meh —se quejó Temma.
—¿Qué esperabas? ¿Te imaginas cómo te sentirías si tuvieras que luchar contra Baham? —le replicó Moger encogiéndose de hombros.
Los dos continuaron avanzando por la ciudad. Todos los moradores estaban encerrados en sus casas, miraban por las ventanas y rendijas de las puertas a los dos monstruos que caminaban por la calle principal.
—Aquí está bien, supongo —anunció Moger deteniéndose a mitad de la calle. —Yo me encargo de la derecha.
—Bien —dijo Temma girándose a la izquierda.
Ambos se llevaron las manos a la cara y unas llamaradas salieron de sus bocas, englobando todas las casas y edificios cercanos. Las llamas eran tan intensas que la piedra empezó a derretirse mientras los moradores se asaban en el interior de sus viviendas. Aterrorizados, aquellos cuyas casas aún no habían sido atacadas, salieron a la calle.
—¡Piedad, piedad, dios serpiente, ten piedad! —gritaba una mujer con su niño en brazos, arrodillándose frente a Moger.
Moger la miró con un atisbo de pena en su rostro. Acto seguido, lanzó una llamarada que calcino a la mujer y al niño hasta hacerlos cenizas. Los demás moradores perdieron toda esperanza, mientras el fuego se acercaba a ellos. Un grupo de guardias y el tahal corrían hacia los invasores en medio de la ciudad en llamas.
—¡Por todos los dioses! —dijo el tahal.
Temma lo miró de arriba a abajo. Era un hombre de unos cuarenta años, de piel morena, la cabeza rasurada, tenía varias cicatrices en la cara, la nariz torcida y un parche en el ojo izquierdo. Vestía pantalones holgados, como era costumbre en el desierto, portaba dos espadas curvas en la cintura y un peto de armadura de un color bronceado con el emblema de una serpiente tallado en el frente.
—¿Es que no tenéis honor? —preguntó el tahal. —Mujeres y niños indefensos... ¿Qué clase de guerrero haría algo como esto?
—¿Guerreros? —preguntó Temma. —No somos guerreros.
Temma se movió rápido como el viento hacia el tahal.
El tahal era un guerrero curtido en mil batallas; su experiencia, agilidad y fuerza eran inigualables en todo el sur, por eso seguía siendo el tahal de Datela a pesar de sus años. Desenfundó sus espadas, con un movimiento su brazo derecho bajaba a gran velocidad con intención de cortar a su enemigo en mitad de su carga. Sin embargo, Temma fue más rápido. El brazo derecho del tahal dejó de moverse atrapado por la mano izquierda de Temma, su brazo izquierdo también había sido capturado. El tahal intentó con todas sus fuerzas librarse de su captor sin éxito.
—Somos conquistadores —dijo Temma mirando al tahal a la cara.
De un salto, Temma colocó sus pies en el pecho del tahal, tiró de los brazos, arrancándolos. Las costillas y el esternón del tahal se rompieron hundiéndose en su pecho. El cuerpo desmembrado del tahal fue impulsado dos metros hacia atrás, cayendo sobre sus hombres, mientras las arterias de los muñones de los hombros cubrían a los guardias de sangre.
Temma había caído al suelo de espaldas, se levantó de un salto y empezó a masticar los brazos del tahal. Todo había ocurrido en segundos.
—Nos rendimos. Nosotros obedecemos a los dioses serpientes, solo atacamos porque el tahal nos lo ordenó —dijo uno de los guardias tirando su lanza al suelo frente a Temma.
Temma continuó arrancando bocados del brazo del tahal, mientras los soldados lanzaban sus armas al suelo frente a Temma. Una vez todos se hubieron rendido, Temma los miró sonriente. Su cara, sus labios finos y dientes puntiagudos y filosos tenían restos de sangre, dándole un aspecto aún más horripilante.
—Muy bien.
Dejó caer uno de los brazos del tahal y se llevó la mano derecha a la cara, las flamas consumieron a los guardias. Temma y Moger continuaron lanzando fuego hasta reducir toda la ciudad a un mar de flamas y roca derretida. Se encargaron de limpiar la zona cazando a los escasos sobrevivientes de la masacre. En solo un día habían reducido la ciudad a un cementerio. Caminaron hasta salir al extremo posterior de la ciudad, a unos pocos kilómetros se podían ver los volcanes y montañas rocosas que hacían frontera con el Reino de Veldat.
—Este será nuestro nido —anuncio Moger, señalando la más imponente de las montañas volcánicas.
Temma asintió.
—Yo regresaré a Mahaila, Uruk traerá los huevos pronto —dijo dándose la vuelta.
Moger continuó caminando hacia los volcanes. Temma volvió a Mahaila, entró en el despacho del tahal. Xavier tenía una conversación con Jalik, el antiguo tahal de la ciudad.
—Lo entiendo, mi tahal, pero... —replicó Jalik con una reverencia. —La gente... no está de acuerdo, se quejan de las reformas. No les gusta la idea de construir canales de piedra de los oasis hacia los campos, creen que eso es una ofensa a la diosa del oasis. Su ley de no decapitar a los magos tampoco es bien recibida; es nuestra cultura, los magos son una aberración, son los enemigos de los dioses, los reinos del norte usan magia, eso atrae los núcleos de miasma y otros horrores, es un castigo de los dioses. Aquí no hay magos, nadie usa magia, los magos son sacrificados y purificados tan pronto son descubiertos. Si permitimos que los magos vivan, nos consumirá la oscuridad que llaman miasma.
—Si no hacen lo que les decimos, los consumiré yo —dijo Uruk con esa sonrisa que mostraba sus dientes.
—Por todos los cielos —se quejó Xavier frotándose los ojos. —Reúne a todos en el oasis.
—¿A todos? —preguntó Jalik preocupado. Los nuevos amos eran brutales y crueles cuando no eran obedecidos.
—Sí, a todos. No te preocupes, no pasará nada malo —le tranquilizó Xavier. —Una vez los tengas reunidos a todos, llévalos al oasis.
—Así se hará, mi tahal —dijo Jalik retirándose con una reverencia y con el miedo aun corriendo por su cuerpo.
Xavier y Uruk miraron a Temma.
—¿Está hecho? —preguntaron.
Temma asintió.
—Moger está usando sus garras para cavar una cueva dentro del mayor de los volcanes, allí incubaremos los huevos.
—¿Sobrevivientes? —preguntó Xavier.
—No debería haber ninguno, si los hay solo aumentara nuestro control sobre la población por el miedo —contestó Temma.
—Bien, Uruk llevará los huevos al volcán —dijo Xavier. —Temma, tú vendrás conmigo.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Temma.
—Matar a una diosa. Los sureños solo entienden dos cosas: fuerza y violencia —contestó Xavier, confundiendo a Temma.
Mientras caminaban hacia el oasis, Xavier explicó su plan.
—¿Tú no crees en nada? —preguntó Temma riendo.
—Con todo lo que he visto y vivido, si los dioses existen; o no les importa lo que ocurre... o les divierte. En ambos casos, estamos jodidos —contestó Xavier sin dejar de caminar.
Al llegar al oasis, todos los moradores de la ciudad se aglomeraban en su orilla. Al ver a Xavier y a Temma llegar, hicieron una reverencia. Xavier hizo una señal a Temma con la cabeza. Temma empezó a caminar hacia el oasis, entrando en sus aguas. Según lo que habían aprendido, esto estaba prohibido. Los moradores de la ciudad se miraban horrorizados. Temma se sumergió en el agua, segundos después una llamarada de fuego surgió desde el agua y subió al cielo, cubriendo todo con los colores rojo y amarillo de las llamas. Unos segundos más tarde, las llamas pararon y el cielo azul volvió. Temma emergió del agua, mientras a su alrededor se disipaba el vapor.
—¡La diosa del oasis está muerta! —gritó Xavier.
Temma salió del agua.
—¡No tengan miedo! —gritó.
—Ya no tienen que temer a los otros dioses, no tienen que temer a la magia, ni al miasma, no tienen que sacrificar a sus hijos por ser magos, no tienen que seguir las reglas de tiranos invisibles. Ahora, son libres.
—Si algún dios se atreve a mostrar su cara por aquí —Xavier señaló al oasis. —Nos encargaremos de él.
Se hizo silencio unos segundos. La gente se mostraba confundida. «Mierda, no va a funcionar, ¿qué voy a hacer con esta gente?», pensó Xavier, como quien huele una crisis.
—¡Somos libres! —gritó Jalik. —¡Somos libres!
Nadie sabía qué hacer; por una parte, querían rebelarse, pero por la otra, Xavier y sus chicos eran invencibles. Nadie quería retar a los supuestos dioses. El grito de Jalik empezó a contagiar a la gente. Unos minutos después, todos celebraban su supuesta liberación de sus dioses inexistentes. Mientras, Jalik y Xavier suspiraron aliviados.
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Avatar de heguendm
heguendm 2025-09-05 20:55:48

Cuando alguien poderoso te dice lo que tienes que creer, se te "olvida" en lo que creías antes. Cuantas veces lo hemos visto en los últimos 10 años?

Avatar de Valentino-Prádena
Valentino-Prádena 2025-09-05 19:54:27

La batalla contra el Tahal estuvo buena. Me gustó. Tuvo una muerte horrible frente a sus soldados. Me gustó también la parte en la engañan al pueblo con lo de la muerte de la diosa y todavía se la creen sabiéndose liberados.