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El último rayo del sol - 3.2. - Fictograma
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El último rayo del sol - 3.2.

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Mess_st

Publicado el 2025-09-05 21:51:24 | Vistas 246
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3.2.


Aquella noche Marcus soñó con Arthur. Era la primera vez en mucho tiempo. Ni siquiera lo había hecho cuando el joven recién había fallecido y sus sábanas todavía olían a él, ni siquiera cuando la memoria tenía fresco el recuerdo de sus manos sosteniendo su rosario de nácar, ni siquiera en ese momento Arthur hizo acto de presencia en su subconsciente, simplemente no aparecía por ningún lado, pero quizás algo cambió realmente.

En el sueño, Arthur corría por los terrenos del seminario riendo y jugueteando, una actitud poco común en él, que prefería caminar con un libro abierto a pesar de su buen humor y pasmosa alegría. Marcus estaba de pie sonriendo sin pensar que vivía un sueño, levantó la vista hacia el cielo nocturno y estaba despejado, con una bóveda negra sin muchas estrellas y la luna tan luminosa que aluzaba el blanco camisón de dormir de su amigo.

—Marcus, siéntate conmigo.—Le dijo Arthur sonriendo y acariciando la hierba con sus blancas manos.

Y antes de que Marcus pudiera acercarse a él, se dio cuenta de que sobre la cabeza de Arthur había sangre que caía por su cara, manchando su inmaculada ropa con las gotas casi negras del espeso líquido. Arthur parecía no darse cuenta, se volvió hacia él y su sonrisa se borró al ver a Marcus perturbado ante la escena, luego, con miedo en los ojos pronunció su nombre:

—¿Marcus? ¿Qué te ha pasado?

Marcus se despertó sobresaltado con la voz de Arthur aún resonando en sus oídos.

La cama de su difunto amigo permanecía intacta y había un silencio vacuo, un silencio que le recordaba lo solitario que el seminario había sido toda su vida para él. Los pocos objetos que había dejado la familia Whitington aún seguían en su sitio como muestra de luto, un pequeño relicario de bronce con imágenes de San Jorge, el uniforme de seminarista con su característico sombrero negro de teja y una biblia vieja que el difunto poco solía leer, pues prefería los testimonios o textos mundanos aceptados por la iglesia. Marcus apenas le echó un vistazo de lejos y sin pararse de la cama, a todas las cosas como si nada representara lo que Arthur algún día fue, tan solo eran ecos y símbolos vacíos. Con todo y sus reminiscencias presenciales, ya era demasiado doloroso tener que dormir en la misma habitación de un fantasma.

Aunque el seminario le había dado razones para soportar la vida en la ausencia de una familia, Arthur había sido la única razón para mantenerse allí. 

Marcus miró hacia su mesita de noche para no seguir prestando atención al oscuro rincón de Arthur, y ahí, junto a él, estaba el broche que Sir Vaughan le había obsequiado: la hoja de hiedra bañada en oro, que lejos de su naturaleza invasiva, frente a él se mostraba elegante y cautivadora, peligrosa pero evocativa. 

Como si Sir Vaughan lo hubiera sabido, la hoja de hiedra la recordaba los libros y tratados de botánica que había leído en la biblioteca, la hiedra común, recordó, era excelente para aliviar los resfriados y la venenosa irritaba la piel al solo tocarla. Finalmente había encontrado en la ciencia de las plantas, un rincón donde realizarse y sentirse útil, después de todo, el aroma de las flores siempre le traía calma sobre todo en días de lluvia. ‘No podría ser más diferente de la persistente y volátil hiedra’, pensó.

Volvió a cerrar los ojos intentando dormir. Su vida había cambiado de un día para otro y muchas novedades se habían presentado en muy poco tiempo. En su cabeza, las cosas viejas se mezclaban con las nuevas: La capilla, el teatro, el anillo de compromiso de Margie, el broche, los sueños, las pesadillas, Arthur, Vincent Vaughan.





Bartholomew Smith estaba sentado en el sofá de su casa con la cabeza entre las manos. No entendía como había pasado de estar completamente seguro de renunciar a su cliente, a ser su voluntario abastecedor de sangre, ‘¿Qué estoy haciendo?’, pensó amargamente. De todas las locuras que había cometido en su vida, arriesgarse a morir a manos de un hombre que decía alimentarse de sangre era la más audaz de todas. Porque después de todo, no sabía si todas esas necedades sobre seres fantásticos y poderes sobrenaturales eran verdad. ¿Qué era realmente un vámpír? ¿Existía tal cosa? ¿Cómo se abastecía de sangre? ¿Porqué no matar animales en lugar de personas?, la cabeza del señor Smith le daba vueltas al punto de sentirse mareado. Esa noche podía morir por culpa de su imprudencia y sin embargo, si todo esto no era más que un absurdo juego y podía convencer a Sir Vaughan de dejar de matar gente, entonces quizás podía dejar de pensar en lo peor de sí mismo y ser el hombre admirable que su pequeña hija pensaba que era. Y lo que era mejor, un bien para la sociedad, la principal razón por la que se había hecho abogado. 

Qué infortunio era ahora vivir para proteger a un hombre culpable.

Tenía miedo. El dolor de la sospechada muerte sería lo de menos y utilizaría lo que tuviera a mano para escapar en caso de que sea necesario. Más que en eso, pensó en su hija y en la posibilidad de no volver a verla por culpa de sus malas decisiones. Estiró la mano hacia la cómoda para agarrar la fotografía de su pequeña y contemplarla de cerca para sentir un momento de calma en su corazón, pero antes de que sus dedos rozaran con el retrato, sonaron cuatro golpes en la puerta.

Bartholomew sintió un escalofrío y rápidamente giró su cabeza hacia la entrada. Se levantó tomando aire para tranquilizarse y se dirigió hacia ella. La abrió, y la imponente figura de Sir Vaughan apareció ante él.

—Buenas noches, señor Smith.—Dijo con su peculiar y siniestra sonrisa.

De nuevo aquél hombre le parecía diferente. Sir Vaughan tenía unas facetas extrañas donde podía cambiar de misterioso y sereno a cínico y descarado o hasta ser un espléndido y caballeroso hombre de clase. Muy a su pesar, Bartholomew no podía olvidar el incómodo recibimiento en su mansión con esa bata de terciopelo que le exponía el pecho y las formas, muy diferente a este engalanado hombre de traje negro con capa y sombrero de copa que no dejaba ni un rastro de piel a la vista fuera de su cara.

—Buenas noches, Sir Vaughan.—Contestó el abogado Smith con una expresión taciturna y evidentemente nerviosa.

—¿Qué tiene señor Smith? Algo que me dice que pensó que bajaría por la chimenea.—Dijo Sir Vaughan después de ser dirigido hacia la sala.

—Ciertamente Sir Vaughan, pensé que me sorprendería con una entrada al estilo de los suyos.—Inquirió Bartholomew Smith disfrazando su miedo con afilado sarcasmo.   

—¿Cuál es ese estilo? Estoy ansioso por saberlo.

Vincent Vaughan se sentó cómodamente en el sofá del señor Smith, observando con gozo a su anfitrión, quien permanecía de pie con el cuerpo tenso y expresión incómoda. 

—No lo sé. Pensaba que los suyos podían volar o aparecer y desaparecer a voluntad.

Sir Vaughan rió por lo bajo. A pesar de la intención ofensiva de Bartholomew, Vincent Vaughan se tomó los comentarios con humor. Después de todo, era el abogado quien tenía mucho que aprender. Era, como él mismo llamaba a los curiosos, “la Racka más interesante”, refiriendo a las ovejas de su tierra; pues no es que al entender del empresario todos los hombres eran iguales, si no que todos querían serlo para no perderse en el camino. Bartholomew era para él, un espécimen atípico y atractivo que le estimulaba la curiosidad. Dicho en una frase corta, le gustaba, como le habían gustado muchos y muchas otras y lo aceptaba buenamente atrayéndolo hacia él con su propia voluntad y sin que él se diera cuenta de ello.

—Tiene usted un concepto bastante salvaje de mi naturaleza, señor Smith. No es tan sobrenatural como usted cree. 

El abogado se quedó de pie disimulando su impaciencia. Si algo quería en ese momento era que toda esa locura terminara. Mientras tanto, el caballero continuó hablando con su característica calma.

—Soy un hombre en toda connotación del ser. Siento, río, lloro, disfruto de la vida y de sus placeres, me enfado y cometo errores. No duermo en una cueva, puedo salir al sol aunque el resplandor del horario más intenso me lastime los ojos. No veo en la oscuridad, no soy una bestia. Y por si se lo pregunta, puedo morir, si, no por causa natural porque mi sangre es un portento, pero he de cuidarme como cualquiera de no ser aplastado por una carroza.

Sir Vaughan se paró de su asiento, caminó hacia el abogado y su rostro se acercó al de él hundiendo su mirada fija y a la misma altura de sus ojos, uno a uno, en un propósito único de intimidación.

—Y no, no puedo volar, señor Smith, aunque sería muy conveniente.—Concluyó con una voz profunda que estremeció al abogado.

Sir Vaughan, con la boca a menos de un palmo de los labios de Bartholomew se quedó observando a su presa, especialmente su cuello que es donde prefería posar los dientes por la facilidad de sometimiento.

El abogado permaneció en silencio mientras se sentía el único motivo catalizador del hambre de su cliente. Un extraño concilio de circunstancias desde que lo conoció.

—¿Puede terminar esto rápido?—Murmuró Bartholomew todavía inmóvil.

Vincent Vaughan sonrió y se giró rápidamente caminando hacia el sofá.

—Quítese las prendas superiores, señor Smith.—Dijo, retirándose los guantes como un médico experimentado y asentándolos cuidadosamente sobre la mesita de centro.

—¿Es necesario? 

—Lo es si no desea estropear su preciosa camisa.—Contestó quitándose el saco y colocándolo sobre el respaldo del sofá. 

Bartholomew empezó a quitarse la corbata y desabotonarse la camisa casi precipitadamente, desnudando su torso y tirando la ropa a un lado sobre un asiento. El miedo de Smith se convirtió en impaciencia y ésta de nuevo en miedo. Y antes de que se diera cuenta, la mano de Vincent Vaughan ya le rodeaba la garganta. Se asustó por el repentino movimiento mientras el sigiloso sayón lentamente lo empujaba hacia abajo, haciendo que el sorprendido Smith cayera de rodillas frente a él. Aquella fuerza no era normal; no podía ponerse de pie ni hacer nada, era como si todo el peso de aquel hombre lo pusiera en una sola mano para someterlo e inmovilizarlo. Entonces, las manos que lo doblegaron, ahora delicadamente le sujetaron la cabeza, tan rápido y tan suavemente que Bartholomew no supo que hacer con sus manos más que simplemente dejarlas caer. Vincent Vaughan se hincó también, se acercó al cuello de Bartholomew e inhaló el aroma de su sangre corriendo bajo su piel. Sus cuerpos estaban juntos y Smith podía sentir con el pecho la fina tela de algodón del chaleco de su opresor.

El abogado apretó los ojos cuando intuyó que el momento se acercaba, intentó no moverse ni un centímetro para evitar rozar más su cuerpo con el del excéntrico ser. Justo unos segundos después, un dolor agudo como el de dos gruesas agujas penetrando su piel le invadió el cuerpo. Abrió la boca sin emitir ruido, frunció las cejas y se agarró de los brazos de su apresador con ambas manos. El dolor no era tan grave al principio, pensó que se acostumbraba con el pasar de los minutos; le era, de hecho, una experiencia más contradictoria el tener a un hombre tan cerca de él aferrado a su cuerpo semidesnudo, incluso más que la misma acción de éste absorbiendo su líquido vital, una acción que poco a poco le iba entumeciendo el brazo derecho e iba despertando en él sensaciones extrañas entre hormigueos y la pronunciada respiración de Vincent Vaughan sobre su hombro.

Bartholomew gimió y apretó los dientes mientras una mano de Sir Vaughan le sujetaba delicadamente la cabeza y el otro brazo le rodeaba el cuerpo como si no quisiera que escapara. El bebedor se alimentaba silenciosamente de él como una sanguijuela, como la cura de su mal que era él mismo, de sus malas decisiones y de su tormentoso pasado, el ser alcohólico que arruinó lo más hermoso que tenía y ahora estaba de rodillas siendo devorado por un extraño que le había invocado de alguna forma. Ese extraño tenía los ojos cafés, casi dorados como el ámbar traslúcido en una tarde oscura, el pelo negro tan intenso como la obsidiana y la piel firme bajo el suave algodón de su camisa. Bartholomew sintió que estaba desvariando al abrir y cerrar los ojos, que no era él mismo y que todo aquello era una extraña pero sugerente pesadilla.

Comenzó a sentirse mareado con el pasar de los minutos, su cuerpo se relajó involuntariamente mientras sus ojos se cerraban dejando un halo negro de oscuridad entre cada parpadeo; luego empezó a caer hacia el suelo mientras su depredador lo sujetaba y bajaba lentamente con él sobre la alfombra sin despegar sus labios de su cuello y sin dejar de alimentarse de él.

«Suficientemente vivo». 

Tumbado como estaba Smith y recordando su única petición, Vincent Vaughan se apartó limpiamente de él y se relamió los labios apenas manchados del rojo de su sangre. Acunó la débil cabeza de Bartholomew sobre el suelo, lo miró a los ojos tiernamente mientras le cubría la herida con un pañuelo de seda y lo besó en los labios. 

—Hoy ha salvado un alma, señor Smith.—Le dijo Sir Vaughan con su áspera voz mientras sostenía su rostro.—Coma y duerma bien. Lo veré dentro de unas noches.—Luego se apartó y se marchó con pasos decididos cerrando la puerta tras de sí.

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Mess_st 2025-09-06 19:51:37

Muchas gracias Yami. Me da gusto saber que esta historia te está envolviendo. Así es, Bartholomew es un personaje conservador pero no por gusto si no por sus circunstancias pasadas; es un hombre analítico debido a su trabajo lidiando con todo tipo de gente pero enfrentarse a algo desconocido y extraño es algo que le está abriendo la percepción de lo que hay más allá de su al rededor. En fin, sigue disfrutando que todavía queda mucho por conocer de estos personajes. Un abrazo.

Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-09-06 11:38:13

Mess_st, siempre es un placer leerte. Esas imágenes suaves y a la vez trémulas tienen tu sello especial. El momento de debilidad en la que Bartholomew fue escogido para Sir Vaughan para convertirlo en vampiro hace de esta novela una de las mejores transiciones narrativas. Saltar de una ocasión a otra tan sutilmente en la narración que uno no se da cuenta de que Bartholomew, que despreciaba los vampiros por asesinos, pasa a ser uno de ellos de una manera tan natural y lógica. Excelente.

Avatar de Mess_st
Mess_st 2025-09-05 22:02:58

Gracias a todos por leer El último rayo del sol. He hecho una larga pausa debido a la carga de trabajo que he tenido, al igual que me suelo dividir con otros pasatiempos como la generación de imágenes para mis dos cuentas de Instagram y los videojuegos, otra de mis pasiones. Siempre trato de disfrutar cada cosa en cada momento que mi cuerpo y mi mente lo pida para no sentir nada como un compromiso y terminar perdiendo el interés. Escribir es de las cosas que más amo. Muchas gracias por leer esta historia que es la primera que publico en plataforma porque casi todos mis textos se han quedado en borradores o resúmenes. Tengo muchos y quisiera algún día poder escribirlos a modo de textos cortos como novelas cortas o cuentos. Mientras tanto les invito a pasarse por mi cuenta de Instagram que es donde posteo mis historias con imágenes. Aviso que El último rayo del sol ya casi tiene final ahí y pueden spoilearse. Un abrazo a todos los lectores de esta historia. Estoy muy feliz de compartir con ustedes en esta página de grandes creadores que inspiran. ¡Saludos!