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El último rayo del sol - 2.6. - Fictograma
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El último rayo del sol - 2.6.

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Mess_st

Publicado el 2025-08-13 21:11:14 | Vistas 257
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2.6


Las ventanas de una habitación en Charlotte Street se abrieron súbitamente de par en par por una fuerte ráfaga de viento durante la madrugada. Su ocupante, un apuesto actor de teatro, se despertó sobresaltado. Ante él, la oscura figura de un hombre vestido de negro junto a la puerta le sorprendió sobremanera. 

La puerta se quedó bloqueada por el intruso que parecía observarle en silencio. El nervioso artista se levantó de la cama a toda prisa y corrió hacia la mesa cercana para tomar un candelero de bronce sin vela como única arma, y luego exclamó:

—¡¿Quién eres?! ¡¿Cómo has entrado?!

—¿Ya tan pronto te has olvidado de mí, querido mío?—Dijo el misterioso hombre con su voz profunda y áspera.—He entrado por la puerta, como cualquier persona civilizada.

La luz de la luna contrastaba con su elegante silueta, se acercó lentamente a un candelero cuya llama bailaba suavemente con el viento y su rostro comenzó a revelarse. Un hombre atractivo pero sombrío, de cabellos negros y piel pálida se fue acercando al actor con pasos silenciosos como un gato. 

—Vincent…—Dijo el atónito inquilino quien bajó ligeramente la guardia al reconocer a aquél extraño. Y antes de que pudiera hacer algo más, el intruso se acercó a él con paso lento pero firme y sin dejar de mirarle. Luego, con una voz suave le dijo:

—No ha sido lo mismo verte actuar anoche, Ramón.

El joven permaneció inmóvil en una esquina de la habitación, incapaz de hablar. Su corazón palpitaba incontrolablemente y bajo su sencilla bata de lino, sentía un inusitado frío que le hacía temblar las extremidades. El rostro del hombre que veía acercarse a él le parecía como un sueño, como un recuerdo borrado y aún así, sintió un profundo y doloroso amor.

El visitante, que estaba ya muy cerca de él continuó hablando:

—Ya no sentí el mismo estremecimiento en el corazón como cuando veía a aquél joven actor, alimentado en deseo por apaciguar el espíritu de sus espectadores. Las risas han apagado el ruido de tu verdadera voz.

—Ya no soy un niño, Vincent.—Dijo Ramón, el actor cuyas manos temblaban sosteniendo aún el objeto de bronce y cuyos ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.—No sabes lo que he pasado. Lo que es necesitar estímulos ponzoñosos para evitar sufrir… solo por ser diferente.

—¿Quién te ha hecho esto, Ramón? Siempre supe mejor que nadie. ¿No fui yo quien te amó más que nadie en este mundo?

Ramón dejó caer el artefacto de bronce al suelo y se echó a llorar bajando la cabeza y cubriéndose la cara con las manos.—Lo sabía bien.—Dijo entre lágrimas.

Vincent Vaughan, el misterioso intruso, se acercó a él, le acarició el cabello castaño con evidente aflicción y suavemente le levantó el rostro con un dedo.

—Después de ella creí que no volvería a amar hasta que te conocí. Un joven con sueños, que miraba las estrellas como amigas, no como astros inalcanzables.

El actor lo miró atónito, como si pudiera ver su propio pasado en él, luego le tocó suavemente el rostro.

—Yo he dejado de ser un niño pero tu no haz cambiado nada. Ni una sola arruga hay en tu rostro después de diez años.

—Conoces mi caprichosa naturaleza.—Dijo Vincent Vaughan con una consoladora voz.

Ramón sonrió entre lágrimas, su cuerpo se relajó y poco a poco se apartó de él.

—No por nada rechacé tu invitación hace mucho. El miedo a lo desconocido nos hace miserables.—Declaró Ramón secándose las lágrimas.—El joven que estaba contigo anoche, ¿Es tu nuevo aprendiz?

—Marcus. Él aún no sabe nada.

—Marcus…¿Crees que te aceptará o huirá como yo?

—Uno aprende de sus errores, Ramón. Lamento no haberte dado más en su momento. Ayudarte a apartar de ti el temor de ser tú mismo. Amarte fue más doloroso para ti pues también yo estaba dominado por la tristeza. Qué fatídica combinación, querido mío.

Ramón asintió sonriendo con tristeza.

—Sé a que has venido.—Dijo acercándose lentamente hacia la puerta y dando la espalda a su antiguo amigo.—De alguna forma lo supliqué. Aún cuando no era yo el que estaba en el escenario.

Sin darse cuenta, Vincent lo agarró del brazo y lo hizo mirarle antes de que pudiera siquiera tocar la puerta. Los ojos de Vincent Vaughan estaban completamente negros, como si la penumbra hubiera ocultado su color pardo.

—Tengo miedo…—Musitó Ramón con la voz nuevamente temblorosa y la respiración agitada.—Pero más temo a seguir viviendo con falsedad, Vincent.

—No será el final, querido mío. Será un renacimiento y yo seré tu compañero.

El nocturno lo levantó desde abajo de los glúteos sin mucho esfuerzo y caminó hacia la cama, lo recostó, se acercó a él y lo besó tiernamente en los labios. No hubo forcejeo alguno, la presa había aceptado su destino. Incluso desde mucho antes, cuando supo que amar a un hombre era un riesgo, que amar a Vincent era una condena y que vivir sin él era la muerte misma.

Desde el momento que Ramón rechazó su oferta años antes para hundirse en el vicio persiguiendo sueños sin gloria, oculto bajo un vestido de satín barato con careta de actor y amando a hombres entre desechos de decencia, desde ese momento, deseó no vivir más. Una noche antes en el teatro, vio a su antiguo promisor e hizo ovillo de recuerdos y visiones desaparecidas. Se sintió tentado a mirarle por su galanura, por esperar una sonrisa como otras tantas veces, sonrisas que acabarían con mezcla de sudores en la cama; pero a éste lo conocía de antes y sus expectativas se perdieron entre los aplausos y risas. Fue un instante pero deseó morir de nuevo.

En la habitación, Sir Vaughan le regalaba un último viso de donosura, una muestra de su gracia siempre despierta. Abrió la boca y salieron sus filosos colmillos a la luz, brillantes como porcelana. Vincent hundía a su voluntaria ofrenda en besos y caricias explorando su cuerpo y subiendo hasta su cuello lo que ocasionaba en el actor gemidos de placer que escapan de su boca. Luego, el verdugo le sostuvo fuertemente el cuello con la mano para hinchar sus venas y encajar ahí sus cuchillas. Ramón no perdió su excitación, se abrazó a Vincent Vaughan y lo miró por última vez, sobre él, alimentándose de su sangre y moviendo el cuerpo a un ritmo conocido. Conforme el maná abandonaba su cuerpo, sus manos se debilitaron y los brazos cayeron sobre la cama al igual que sus piernas abiertas perdieron fuerza. Los ojos se le nublaron y la voz ya no emitía sonido alguno, solo escaso aire seco que al poco dejó de exhalar llegada la esperada muerte. Luego, el renacer.

Vincent Vaughan sorbió la última gota y se desprendió del exangüe artista. Lo miró y sujetó por la cabeza como si fuera un frágil muñeco y lo abrazó con ternura honrando su tormentoso pasado. Se levantó y lo acomodó en la cama para que pareciera aún dormido y luego salió de la habitación por la puerta, sintiendo aún la sangre de Ramón en su boca.

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