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El espanto de Bucarest - XXXV - Stefan David se convierte en un dios - Fictograma
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El espanto de Bucarest - XXXV - Stefan David se convierte en un dios

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Vara

Publicado el 2025-09-18 17:47:16 | Vistas 326
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Acompañado de Zamfir, Stefan se posicionó frente a la "CAJA", el transformador genómico. Tenía los ojos clavados en ella con una certeza casi palpable, absolutamente convencido de que aquel acto que estaba por acometer anunciaba el nacimiento de un nuevo orden mundial. Una sonrisa se dibujó en su rostro sereno: él era el elegido, el mesías renacido, la encarnación de una perfección largamente esperada. Con paso firme, avanzó mientras las puertas se abrían de golpe.

—Espere, Stefan —intervino Zamfir, atajado por lo nervios—. ¿Está seguro de lo que va a hacer?

—Es mi destino —respondió Stefan con una seguridad inquebrantable—. Seré eterno. Debo transformar esta naturaleza humana, aún frágil e imperfecta, en algo superior: un ser hiperhumano dotado de una fuerza física colosal y un intelecto prístino, y, ¿por qué no?, un destello de divinidad.

Zamfir apretó los labios: “Stefan se ha vuelto loco”, se dijo.

Todavía guardaba la esperanza remota de que la CAJA, al igual que los humanos que Stefan despreciaba, fallara en su propósito. Sabía, por su experiencia, que un organismo complejo podía torcerse en lugar de perfeccionarse, mutar en bestia en vez de ascender a dios. Una idea más oscura cruzó su mente, una premeditada pero también desgarradora: “Cuando Stefan entre en la cámara del alterador genómico, subiré al tercer piso y me lanzaré al Procesador. Tendré una muerte justa y liberadora”. La muerte lo aguardaba allí, sí, pero con ella llegaría el fin del tormento que azotaba su conciencia minuto a minuto. Recargado con este nuevo propósito, respondió:

—Adelante, entonces. Si la ciencia ha de alumbrar tu transformación en hiperhumano, no hay razón para retrasarlo. —Manipuló una clavija en el panel de control con dedos temblorosos—. Pase usted.

Stefan alzó la mano en un gesto regio y cruzó el umbral de la cámara con paso decidido. Zamfir contempló el botón rojo, desnudo y brillante, ubicado a escasos centímetros de su dedo. “No, no lo haré”, se dijo, retirando la mano. “No permitiré que Stefan logre su cometido. Correré hasta el Procesador y lo destruiré¨.

Stefan lo veía a traves del vidrio templado. Zamfir decidió echarse a correr. Giró sobre sus talones y, con el sudor recorriéndole la frente, redobló sus pasos. La voz de Stefan tronó desde la cámara:

—¡Proceda, proceda!

Zamfir había avanzado unos pocos metros cuando apareció Dobre y lo detuvo.

—¿A dónde va, doctor? —preguntó con sarcasmo—. ¿No tiene una tarea que cumplir?

Dobre lo cogió de un brazo y juntos se acercaron a los controles; Dobre revisó el monitor y soltó una risa seca mientras echaba una mirada al mapa de tareas en proceso. Volvió a provocarlo con un tono falsamente amistoso:

—Vamos, doctor, púlselo. No hay nada que temer. Con un solo gesto, la humanidad cruzará un umbral maravilloso, inédito. Conquistaremos las estrellas, Zamfir, y este planeta se nos quedará pequeño.

“No, no puedo”, se repetía Zamfir mentalmente, atrapado bajo la mirada depredadora de Dobre y su risa desvariada.

—¿Flaquea, Zamfir? —lo desafió—. ¿A qué le teme?

El grito de Stefan irrumpió de nuevo: “¡Proceda, proceda, proceda!”

—Vamos —insistió Dobre—, púlselo. ¿No confía en la ciencia?

Finalmente Dobre, cansado del silencio y la inmovilidad de Zamfir, lo apartó con un empujón y le espetó en el momento en que apretaba el botón escarlata:

—¡Cobarde!

Zamfir, horrorizado, se lanzó sobre él para detenerlo, pero un golpe seco en la quijada lo derribó. Se levantó, rojo de la ira, dispuesto a devolver el golpe, hasta que recordó su verdadero propósito. Volvió a echarse a correr por los pasillos sombríos, esta vez con la mente enfebrecida, escapando de la persecución de Dobre, quien, al intuir sus intenciones, lo seguía arma en mano. Al llegar al segundo piso, se topó con los guardias de seguridad que estaban apostados para asistir los nacimientos; lo miraron desconcertados. Dobre apareció detrás de él y enseguida, viendo a sus hombres, le ordenó deternerlo:

—¡Tras él! ¡Dispárenle si es necesario!

Zamfir alcanzó la sala del Procesador y cerró la puerta con llave; jadeaba del cansancio y el miedo. Se acercó a la máquina, abrió el escotillón; pequeñas chispas de las emulsiones le mancharon su bata blanca. Antes de arrojarse, escuchó el estruendo de la puerta al ceder.

—¡Deténgase, doctor Zamfir! —lo llamó Dobre, fingiendo conciliación—. Dialoguemos. Seamos sensatos.

—¿Dialogar? —replicó Zamfir con sarcasmo—. ¿Con una pistola apuntándome? ¿Me toma por idiota?

Dobre bajó el arma, aunque sus hombres mantuvieron las suyas listas. Avanzó con pasos lentos, fingiendo sumisión, mientras detrás de su espalda señalaba a los guardias para que dispararan al abrir índice y pulgar.

—Escúcheme, Zamfir —dijo con voz melosa—. Baje y lleguemos a un acuerdo.

Zamfir retrocedió, confiado en su civilidad, pero Dobre, traicionero, con un seña, alertó a sus hombres para que dispararan. Una retahíla de balas silbó por todo lo ancho de la y atravesó el pecho de Zamfir con una precisión letal, quien cayó al suelo, desplomado desde lo alto.

Dobre se acercó, lo agarró del cabello y susurró fríamente:

—Se pasó de estúpido, Zamfir. Nada ni nadie detendrá el nacimiento de los hiperhumanos, ni el perfeccionamiento de la Naturaleza. La evolución es inevitable, y ya debería saber que es una ley inmutable. —Apuntó a su sien—. Hasta la vista, doctor…

—Usted y Stefan están locos… —murmuró Zamfir, apenas audible, agónico—. Locos…

—¡Cuidado, doctor Dobre! —le advirtió uno de los guardias—. ¡Mire arriba!

El techo crujió bajo unas garras afiladas que lo despedazaron. De esta brecha emergió una silueta ensombrecida por la entrada de la luz, una bestia colosal, el balaur, que, con furia desatada, se aventó desde las altura y cayó frente a Dobre, al que cogió del cuello y lo arrojó al Procesador Genómico, que tembló, incapaz de procesar la masa del tamaño de un ser humano. Los guardias dispararon, pero el balaur, lanzándose sobre ellos, acabó por masacrarlos; también los lanzó al batidor industrial, que estalló en una estrepitosa ráfaga de plasma.

Minutos antes, la alarma había comenzado a sonar, anunciando el nacimiento de los engendros:

PROCESO DE GESTACIÓN | DÍAS: 270 | HORAS: 00 | MINUTOS: 00 | SEGUNDOS 00

El ruido de la alarma llegó a los oídos de Baros y los agentes que estaban atrapados y encerrados en en una de las bodegas húmedas del complejo industrial.

—¿Logran escucharlo? —preguntó Scott, tenso.

—Sí —respondió la agente Baros—. Suena como a una alarma.

—Lo es —intervino Urich—. Debemos investigar. ¡Salgamos!

Urich disparó al cerrojo, que cedió al instante. Kami fue la primera en salir y pronto pudo confirmar que no había guardias alrededor. Decidieron subir a los demás pisos y averiguar qué estaba pasando. Ascendieron por las escaleras, ignorantes del caos que se desarrollaba arriba. Al llegar al primer piso, se dirigieron al taller de cibernética. Urich iba a abrir la puerta cuando esta se desvaneció de sus manos.

—¡Dios mío! —gritaron al unísono—. ¿Qué es esto? ¡El balaur!

Del otro lado, un ser sobrenatural reía con deleite. Era Stefan David, transformado en hiperhumano, aunque la mutación lo había deformado en lugar de perfeccionarlo. Exultante, al ver a los agentes, soltó un grito de guerra fiero.

—Inferiores —dijo, abalanzándoseles.

Los agentes descerrajaron sus armas. Pero Scott, desarmado, huyó con Tassus e Iliescu, mientras Baros gritaba a Kami y Urich que escaparan. Stefan los derribó con un manotazo, dejándolos inconscientes.

En el segundo piso, el grupo restante esquivó los ataques de Stefan, solo para enfrentarse a un pasillo invadido por criaturas zombificadas, emergidas de aquellos vientres artificiales ahora rotos, y hambrientas. Stefan finalmente llegó y, al descubrirlos, saltó hacia ellos.

Stefan cobijado por sus criaturas, gozoso de su nuevo poder, se giró hacia Baros, pero Scott se interpuso:

—¿Quién es usted y qué quiere de nosotros? —le exigió Scott, protegiéndola.

—Soy el futuro —respondió Stefan con una voz grave y profunda mientras abría los brazos—, el logos, el principio y el fin de la humanidad.






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