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El espanto de Bucarest - XXXVI - El enfrentamiento entre el balaur y el Hombre Nuevo de Stefan David - Fictograma
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El espanto de Bucarest - XXXVI - El enfrentamiento entre el balaur y el Hombre Nuevo de Stefan David

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Vara

Publicado el 2025-09-24 12:08:15 | Vistas 378
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En el preciso momento en que Stefan David se proclamaba una deidad, un frío terrorífico se apoderó de los agentes. Stefan señaló a sus engendros.

—Ellos —continuó— son mis hijos, sus amos.

Dicho esto, se adelantó: esta vez no tendría piedad; rugía mostrando su garras mientras se alzaba por los aires de un salto tremendo, cuando, inesperadamente, un golpe brutal lo arrojó al suelo. Era el balaur que acometía con furia homicida, sin concederle ningún espacio, atacándole con zarpazos feroces.

Uno de los hiperhumanos, tembloroso, sujetó a Tassus por el brazo con tal fuerza que este lanzó un chillido. El balaur, al escucharle, giró para socorrerlo, circunstancia que Stefan aprovechó para abalanzarse sobre la criatura.

Liberado, Tassus urgió a Baros y Scott para que escaparan escaleras abajo, aunque los hiperhumanos les seguían en busca de alimento: los habían visto primero y, por instinto animal, sin capacidad de razonamiento alguno, los consideraban sus progenitores.

—Salgamos por la puerta principal —apremió Tassus—. ¡Escondámonos en los bosques!

—¿En los bosques? —exclamó Scott—. Ese lugar está lleno de bestias.

Entonces notaron que un hiperhumano avanzaba hacia el cuerpo de Kami, que yacía tendido. ¡Dios, los agentes americanos! Baros empuñó su arma y disparó una y otra vez contra aquellos seres.

—¡Corran! —gritó a Scott y Tassus—. ¡Yo los cubriré!

Las criaturas contranaturales eran indestructibles; caían rugiendo y volvían a levantarse. Scott sujetó a Urich y Tassus a Kami; los arrastraron entre la balacera y la maraña de brazos de los engendros que se desplomaban a su alrededor. Uno de ellos alcanzó el talón de Scott, que cayó al suelo. Elevó una mirada de pena y amor hacia Baros. Ella, enfurecida, recargó su Beretta y corrió a rescatarlo.

—¡Salga ahora, Scott, salga!

No tardaron en irrumpir Stefan y el balaur, arrasando la sala. La lucha era impresionante, titánica. Stefan se internó en el taller de cibernética y reapareció con una estaca metálica.

—Me has buscado durante meses para asesinarme —le dijo el financiero—. Hoy será tu último día. Antes dime: ¿es Adrián Dendiu tu creador?

El balaur bufó, ardiente de rabia.

—Stefan, voy a despedazarte, asesino —vociferó—. ¡He venido a vengar las vidas de mi familia!

Aunque conocía las intenciones de Stefan, el balaur, completamente atrapado por un torbellino de odio, surcó los diez metros que los separaban y cayó sobre él. Pero Stefan, sacando la estaca que llevaba oculta, se la hundió en el pecho. El balaur empezó a balbucear y, empapado en sangre, se desplomó ante toda la concurrencia. Stefan, triunfante, lo levantó y arrojó hacia el taller de robótica.

Se volvió hacia Baros, que lo había reconocido por las palabras del balaur. Kami y Urich despertaron; la escena que contemplaron les resultó horrorosa. Tassus y Scott se apresuraron a atenderlos.

—Vaya —dijo Stefan, sardónico—, usted aquí, profesor Tassus. Creí que había muerto.

—¿Usted envió a destruir el laboratorio? ¿Quién es usted? —le preguntó Tassus sin poder contener su desprecio.

—Es Stefan David —le respondió Baros, apartándolo—. ¿Por qué hizo todo esto? —La rabia casi la hacía llorar cuando le echó una mirada de decepción a la bestia en que se había convertido el señalado.

—¿Por qué? —replicó Stefan irónicamente—. ¿No son los resultados evidentes por sí mismos?

Baros negó con la cabeza; no comprendía semejante megalomanía. Stefan bramó:

—Veo que no es capaz de distinguir entre lo perfecto y lo imperfecto. ¿Acaso no ve que soy el futuro de la humanidad? ¿No advierte en mí al ser evolucionado en su máxima expresión?

—No —replicó Baros—. Solo percibo una bestia asesina, repugnante.

—¿Asesino? —exclamó sorprendido—. No, mi querida agente Baros, no soy ningún asesino. Él —señaló al balaur— es el autor material de los crímenes, y Adrian Dendiu el intelectual. Yo simplemente he debido defenderme.

—¿Cómo creerle, señor Stefan? —preguntó Baros, conmocionada—. Es igual que el balaur.

—Acabo de perfeccionarme hace muy poco, agente, ahí, en esa cámara de gases —la señaló.

—¿Es usted el Estigia? —volvió Baros.

Stefan se contuvo unos instantes; luego, reflexionando que ya no importaba, respondió:

—Sí.

—¿Mandó a matar a Alexandru, el Químico?

—Sí.

Apareció entonces Popescu, convaleciente.

—Él hizo el trabajo por mí —señaló Stefan, punteando el aire.

—¿Yo? —exclamó Popescu, sin comprender lo que sucedía.

—Sí, Popescu. Yo, Stefan David, soy el Estigia.

El otro quedó pasmado por aquella revelación; ni él sabía que trabajaba para uno de los hombres más poderosos de Rumania.

—Por eso nunca se dejó ver —le reclamó el agente.

—No podía hacerlo. Soy el líder de la Mafia Roja; habría sido inadmisible que las autoridades lo supieran, sobre todo tú, Popescu. Me eras más útil vivo.

Baros miró a Popescu con desprecio; siempre supo que era un vendido. Sin embargo, sintió una herida en el alma.

—¿Vendiste tu conciencia por una ficha? —le dijo—. Me ha dolido siempre saber que eras un vanidoso e interesado, pero de eso a ser un corrupto… En verdad me duele aceptar tu traición. ¡Aléjate!

Popescu, desarmado, intentó agredirla, pero Stefan lo detuvo.

—No te muevas —le ordenó—. Ahora que conoces la verdad, ¿seguirás bajo mis órdenes?

Popescu asintió.

—Bien. ¿Y ustedes? —se dirigió a la cofradía—. ¿Se someterán a mis designios?

—¿Por qué habríamos de hacerlo? —le espetó Scott.

Stefan dio un salto prodigioso y se apostó bajo el gran intersticio de la entrada principal, cuyos cristales transparentes dejaban filtrar una gama espléndida de partículas fotónicas desprendidas de un sol rojo, medio oculto en el horizonte. Era una escena davídica, deslumbrante. Alzó los brazos y gritó con fuerza ante el acoso de los engendros:

—¡Porque yo represento al Hombre Nuevo!




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