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Son solo maquinas - Capitulo 4 - Fictograma
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Son solo maquinas - Capitulo 4

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heguendm

Publicado el 2025-09-25 15:16:41 | Vistas 212
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Samuel jugaba en el frente de la casa con un niño vecino; el ambiente era el clásico suburbio, casas independientes una al lado de la otra con su césped bien cuidado, cerca y jardín de flores. Los niños jugaban sin preocupaciones, sus exoesqueletos en miniatura libraban una batalla simulada caminando lentamente y chocando entre sí, cuando varios exoesqueletos reales sobrevolaron sus casas.
—¡Wow, mira eso!
Los chicos ni lo pensaron, activaron sus móviles y auriculares y comenzaron a grabar y transmitir a sus amigos y familiares. William salió de la casa y miró al cielo; solo logró ver el destello del último exoesqueleto que pasó volando, aun así, llamó a su padre.
—Papá, ¿qué demonios está pasando? —preguntó William preocupado.
—Estoy en ello. Dame unos minutos.
Unos minutos después, el anciano tenía algunas respuestas.
—Parece que MARTA predijo una incursión enemiga a pocos kilómetros de tu casa. Desplegaron la duodécima brigada para encargarse de ello.
—¿Crees que nos afectará?
—No debería, pero nunca se es demasiado precavido con estas cosas.
—Entendido.
William colgó la llamada.
—Sam, entra.
—¡Pero papá! Podrían venir más exos.
—Samuel, entra en casa, ¡ahora!
—¡Hombre! —se quejó Samuel mientras regresaba a casa. Los otros padres ya estaban saliendo para recoger a sus hijos.
William llevó a Samuel al refugio subterráneo que habían construido en el sótano hace años. Unos minutos después, recibieron una nueva llamada de Magnus.
—William, corre, sal del refugio. Los Tenctopus están atacando desde el subsuelo, están excavando. Sal de ahí y corre lo más rápido que puedas.
La señal se cortó; todos sabían lo que eso significaba. Era de conocimiento común que el enemigo tenía la capacidad de interferir con toda la tecnología humana. En este caso, todas las comunicaciones estaban bloqueadas y los cierres automáticos de la casa se activaron. Afortunadamente, la caja eléctrica estaba en el sótano. William tiró de una palanca y la energía de la casa se cortó. Todos los cierres automáticos magnéticos se abrieron. Acababan de salir del refugio cuando uno de los monstruos atravesó las paredes del sótano. William y Samuel corrieron a la calle; sus oídos saturados por las explosiones de la batalla que se libraba en el cielo.
Un exoesqueleto rojo cortó a uno de los Tenctopus con su espada corta; otro piloto brindaba apoyo de fuego desde el suelo. Los proyectiles impactaron y uno de los monstruos cayó a un metro del par de padre e hijo que intentaban escapar. En ese instante, un vehículo blindado se detuvo en la calle.
—¡Suban! —gritó un soldado.
William, Sam y algunos de los vecinos subieron al vehículo y fueron evacuados.
—Jim, haz otro barrido —dijo el soldado a uno de sus compañeros.
—Ya lo hice, no queda nadie, estos son los últimos, todos los demás están evacuados o muertos.
—¡Maldita sea! —Blasfemo el soldado. Luego tomó el altavoz del vehículo. —Pilotos, tenemos a los sobrevivientes, ¡denles caña!
Un segundo después, el ritmo de los disparos y las explosiones aumentó mientras el vehículo se alejaba de la zona de combate hacia un lugar seguro. Lejos del peligro, los civiles comenzaron a calmarse.
—Esa era la Scarlet witch, ¿verdad? —preguntó Samuel.
—Así es, pequeño— contesto un soldado.
—¿Quién era el que disparaba? —preguntó Samuel emocionado.
—Es un nuevo piloto, transferido desde Francia. Tiene mala suerte, apenas llegó ayer y esto sucede.
—¿Qué demonios pasó? ¿Por qué vinieron desde el subsuelo? —preguntó William.
—No lo sabemos, los Tenctopus nunca habían excavado antes, es la primera vez que vemos esto —respondió el soldado.
Unas horas después, la batalla terminó. Los residentes del vecindario regresaron a casa; era un desastre. La casa de William y Samuel estaba medio destruida. Cadáveres de Tenctopus yacían en el suelo, aquella baba blanca se filtraba entre las hendiduras del metal. El exoesqueleto que disparaba desde el suelo había sufrido graves daños; la unidad de rescate estaba desmantelando la máquina para rescatar al piloto de su interior. El hombre estaba herido, su rostro cubierto de sangre y le faltaba una pierna. La unidad de rescate lo levantó en un helicóptero y se lo llevó.
Samuel miró a William.
—Papá, voy a ser piloto.
—No sabes de lo que estás hablando, esto no es un juego, es peligroso. ¿No viste a ese piloto? Vas a morirte, quítate esa idea estúpida de la cabeza.
—Al menos los pilotos tienen una oportunidad, nosotros tuvimos que correr como ratas.
—Ya basta, Samuel, ya basta.
Magnus llegó unos minutos después en su antiguo coche de motor de combustión, un Ford Kuga de color rojo de mas de sesenta años, un clásico de los viejos tiempos.
—Esto es un desastre —dijo mirando los escombros de la casa.
—El seguro se encargará. ¿Podemos quedarnos en tu casa por un tiempo? —preguntó William.
—Por supuesto, hijo, ni siquiera tienes que preguntar. Vamos a casa, tu madre está preocupada.
Aunque era ruidoso, el rugido del viejo motor tenía cierto encanto. Los tres miembros de la familia Terrence viajaron en silencio hasta que William habló.
—Lamento lo que dije el otro día. No pienso realmente que los pilotos desperdicien sus vidas.
—Lo sé, hijo, lo sé. No te preocupes, son solo palabras.
—¿Eso significa que puedo ser piloto? —preguntó Samuel.
—¡No!
—Oh, ¡vamos! Eso no es justo.
—Basta, Samuel, hoy no. Vamos a casa a descansar, tu abuela está muy preocupada. Trata de no mencionar nada relacionado con el ataque o ser piloto. Ya tuvo suficientes sustos conmigo cuando estaba en servicio activo.
William se sorprendió por las palabras de Magnus, solo miró a su padre y guardó silencio. Una hora después, finalmente llegaron a la casa del anciano.
Una mujer mayor y corpulenta salió de la casa tan pronto como el ruido del auto anunció la llegada de Magnus. Era blanca, su cabello teñido de negro comenzaba a mostrar raíces blancas. Su labio superior empezaba a mostrar un poco de vello. Un par de gafas gruesas cubrían sus ojos azules.
—Sam, ¿estás bien?
La mujer comenzó a revisar al chico de pies a cabeza.
—Estoy bien, abuela, soy un chico grande.
—¡Dios mío! Estaba tan preocupada. Entren. Magnus, mete el auto en el garaje y ven a casa.
La mujer llevó al niño adentro.
—Sigue siendo tan mandona como siempre —notó William.
—Síp. Estuve en el ejército once años, y aún así, tu madre es el peor sargento que he tenido.
Los dos hombres rieron, y tras cerrar el garaje, entraron a la casa. Samuel ya estaba comiendo la cena.
—¡William, limpia tus zapatos antes de entrar! —gritó la mujer.
—Sí, mamá —respondió William mientras él y su padre sonreían.
Se sentaron a la mesa.
—Mamá, Jesús, toda esta comida.
—Lo sé, pero estaba preocupada y sabes que cocino cuando estoy preocupada.
Magnus estaba llenando su plato cuando su esposa lo detuvo.
—Oh, no, tú no. Sabes que tus implantes no pueden manejar tanta comida, tendrás calambres por dos días si comes todo eso.
—Vamos, Silvia, estaré bien.
—No, no lo estarás.
La mujer preparó un plato más pequeño, con la cantidad justa de comida necesaria.
—Tu próxima comida será en dos horas —dijo la mujer mirando a su esposo.
—Sam vigílalo, no dejes que coma más que lo que está en su plato. Tengo que llevar esto al vecino, vuelvo en un minuto.
Tan pronto como la mujer salió, Magnus intentó tomar más comida de la mesa. William y Samuel lo bloquearon.
—Traidores.
Un minuto o dos después, Silvia regresó a casa y se sentó a la mesa para cenar con su familia.
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