Guerreros de sangre parte 2

El sol ascendía sobre el horizonte cuando Quik, Yamil, Luke yWuwin abandonaron la aldea. Las primeras semanas fueron una mezcla de emociones: entusiasmo por el futuro y miedo a lo desconocido. Antes de llegar a la ciudad, los hermanos entendieron que sobrevivir sin dinero sería imposible. En un pueblo cercano, lograron conseguir trabajo como ayudantes de un viejo herrero. Quik y Yamil adaptaron sus habilidades rápidamente, manejando el metal y aprendiendo a reparar armas. Luke, en cambio, intentó convencer al herrero de probar otras aleaciones para mejorar la resistencia de los materiales. El hombre se rió. —Que vas a saber tu de este oficio —dijo con desprecio—. El hierro se forja con fuego, no con trucos de magos. Luke sintió una punzada de humillación, pero aceptó su derrota en silencio. Mientras tanto, Wuwin intentaba ayudar con el transporte de herramientas, pero sus manos débiles no eran suficientes. Los trabajadores se burlaban de él, lo llamaban "el inútil",y cada día esa voz en su cabeza le susurraba que debía volverse más fuerte. Cuando dejaron el pueblo, los hermanos se cruzaron con un grupo de cazadores mercenarios. Un hombre llamado Raghur, cubierto de cicatrices y con una capa de piel de lobo, los observó con curiosidad. —Muchachos de aldea —dijo con sorna—. Apostaría que no durarían ni una noche en el bosque sin ayuda. Para probarse a sí mismos, Quik y Yamil pidieron entrenar con ellos. Pasaron semanas aprendiendo técnicas de rastreo, combate cuerpo a cuerpo y supervivencia. Por las noches, Luke practicaba mezclas con hierbas locales, mientras Wuwin se alejaba a hablar consigo mismo enla oscuridad. Pero los mercenarios no eran hombres bondadosos. Raghur explotaba, enviándolos a cazar en terrenos peligrosos. En una ocasión, los hermanos fueron atacados por lobos, y Wuwin quedó separado del grupo. La desesperación lo consumió, pero su otra personalidad tomó el control. Cuando lo encontraron, estaba cubierto de sangre, con una expresión vacía. —Está bien —susurró—. Los animales entendieron quién manda. Luke sintió un escalofrío. Horas después, en el cruce de un río, los hermanos fueron emboscados. Los ladrones surgieron de la oscuridad como sombras asesinas.Gritos, acero chocando, el sonido seco de los puños golpeando carne. Quik y Yamil pelearon con todas sus fuerzas, pero estaban superados en número. Un brazo alrededor del cuello de Wuwin lo arrastró al suelo. Luke intentó defenderlo, pero fue golpeado con brutalidad. Quik y Yamil lograron escapar, creyendo que sus hermanos menores los seguían.Pero cuando el polvo de la batalla se asentó, Luke y Wuwin no estaban allí. La desesperación caló en sus huesos cuando despertaron, encadenados en un carro de madera. Luke tenía el rostro hinchado,los labios partidos. Wuwin, más pequeño, temblaba de frío y miedo. —Nos dejaron... —la voz de Wuwin era un murmullo quebrado. Luke apretó los dientes, sintiendo el fuego del dolor y la traición. Habían confiado en Quik y Yamil, habían seguido su liderazgo... y ahora eran prisioneros. Las tierras pasaron ante sus ojos mientras los traficantes los llevaban lejos de su hogar. Cada día, cada golpe, cada humillación en su nueva vida los endureció. Luke aprendió a cerrar su corazón,a pensar solo en la supervivencia. Wuwin, por otro lado, empezó a perderse en su propia mente, construyendo una realidad alterna donde la debilidad no existía. La esperanza era un concepto lejano, un eco casi olvidado. Pero,en lo más profundo de sus almas, aún ardía un resquicio de luz. La idea de que un día, de alguna manera, tomarían de vuelta su destino. Porque el odio podía consumir, pero la venganza podía dar propósito. Y ellos, aunque derrotados, aún respiraban. Las primeras semanas después de la emboscada fueron una prueba de resistencia para Luke y Wuwin. Vendidos a traficantes de esclavos,enfrentaron el lado más despiadado del mundo. La inocencia que aún les quedaba comenzó a desvanecerse conforme eran transportados de pueblo en pueblo, tratados como mercancía sin valor más allá del precio que alguien estuviera dispuesto a pagar. Finalmente, fueron vendidos a un cruel mercader en una ciudad portuaria, un hombre de piel curtida llamado Hadrak. Bajo su mando,su vida giraba en torno a trabajo extenuante y castigos por los errores más insignificantes. El primer golpe que recibió Wuwin fue por hablar sin permiso.Luke intentó defenderlo, pero su intervención solo le valió su propia paliza. Hadrak no tenía interés en disciplinarlos con palabras; su forma de enseñar obediencia era el dolor. —Si quieren vivir, aprenderán rápido —gruñó el mercader la primera noche que pasaron encadenados en su almacén. Luke lo entendió. Pero en su interior, algo empezaba a cambiar.Su mente comenzó a estructurar el mundo de otra manera: no había justicia, solo poder. No había razón, solo fuerza. Para sobrevivir, aprendieron a moverse en silencio, a cumplir órdenes, a no llamar la atención. Wuwin, en especial, se volvió aún más cerrado. En las noches, hablaba consigo mismo en susurros.La voz en su cabeza —esa identidad alterna que había cultivado en su niñez— comenzaba a sentirse más real que nunca. Con el tiempo, Hadrak empezó a usarlos para encargos. No porque confiara en ellos, sino porque los esclavos más experimentados consideraban sus tareas menores y despreciables. Luke y Wuwin fueron enviados a espiar a comerciantes rivales, a entregar paquetes con contenido que jamás les permitieron conocer, y, finalmente, a recolectar ingredientes exóticos para los venenos que el mercader fabricaba en secreto. Fue entonces cuando Luke comenzó a comprender el arte de las sustancias. A escondidas, observaba cada preparación, memorizaba los olores, las texturas, las cantidades. El conocimiento se convirtió en su única arma. Mientras tanto, Wuwin descubrió algo más aterrador: las sombras de la ciudad hablaban. Grupos criminales operaban en silencio,moviéndose como espectros en callejones oscuros, y algunos de ellos reconocían el potencial del joven esclavo. —Tienes una mirada de muerte —le dijo un hombre tatuado un día—. La gente como tú no sigue órdenes para siempre. Wuwin no respondió, pero por primera vez, una idea comenzó acrecer dentro de él: la vida que llevaba no duraría para siempre. Las cosas empeoraron cuando otro grupo de esclavos, celosos de la creciente utilidad de los hermanos, decidieron actuar en su contra. Una noche, mientras Luke dormía, sintió una presión en su cuello. Cuando abrió los ojos, vio a tres  jóvenes mirándolo con desprecio. —No deberías creer que eres especial —susurró uno de ellos,apretando una cuerda contra su piel—. Todos aquí somos igual de miserables. Luke intentó resistir, pero los números estaban en su contra. Wuwin despertó al escuchar los forcejeos y, sin pensarlo, arremetió contra los agresores. No peleó como un humano racional.Peleó como alguien que ya no se consideraba parte del mundo. Cuando terminó, uno de los agresores tenía la cara ensangrentada y otro gemia en el suelo, incapaz de moverse. Desde ese día, Luke entendió que Wuwin estaba cambiando más rápido de lo que pensaba. Y lo más aterrador era que no tenía intención de detenerlo. Después de meses de sufrimiento, un evento inesperado les dio la oportunidad de escapar. Un incendio, provocado por un enfrentamiento entre los grupos criminales, sumió la ciudad en el caos. Hadrak murió entre las llamas. Y Luke y Wuwin corrieron sin mirar atrás. Cuando finalmente llegaron a una nueva región, exhaustos y hambrientos, se prometieron algo que marcaría su destino. —Nunca más confiaremos en nadie —dijo Luke, su voz firme,mientras observaba los cielos abiertos. —Nunca más seremos débiles —respondió Wuwin, con una sonrisa que ya no era humana. El mundo los había roto. Ahora, ellos aprenderían a romper elmundo.