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Guerreros de sangre parte 8 - Fictograma
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Guerreros de sangre parte 8

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averius

Publicado el 2025-07-06 20:30:55 | Vistas 142
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El amanecer no trajo esperanza. Solo claridad brutal. El campo estaba cubierto de cadáveres y humo, pero entre las ruinas y las brasas aún ardían emociones que ninguna batalla había podido extinguir: el rencor, la culpa, y el dolor.

Quik, con el cuerpo maltratado y el alma quebrada, cayó de rodillas. La espada que durante años había sostenido con firmeza ahora pesaba como si llevara consigo cada error cometido. Levantó la vista y allí estaban ellos—los hermanos que había jurado proteger, convertidos en fantasmas de su propia culpa.

Luke los miraba sin pestañear, como si cualquier vestigio de compasión hubiese sido disuelto en su veneno. A su lado, Darkmind envolvía su cuerpo con sombras palpitantes, quieto por fuera, pero latiendo de furia por dentro.

Takeru se acercó con dificultad, la katana aún firme en su mano derecha. Su respiración era pesada, pero su voz no vaciló:

—No queríamos que terminara así...

Luke dio un paso adelante, su voz afilada como los frascos que portaba.

—¿Así? —repitió con desprecio—. ¿Y cómo pensabas que terminaría, Takeru? ¿Con abrazos? ¿Con lágrimas y perdones como los que nunca nos diste?

Darkmind soltó una risa sin alegría.

—¿Sabes qué fue lo peor? —dijo, mirando a Quik con los ojos cargados de odio—. Que por semanas creímos que vendrían. Esperábamos verlos llegar... pensábamos: "Nos salvarán."

Su voz se quebró por un instante, pero lo disimuló con una carcajada rota.

—Pero no llegaron. Nunca lo hicieron.

Quik, aún de rodillas, apretó los dientes.

—Nos emboscaron... tuvimos miedo. Huimos. Pero no dejamos depensar en ustedes, ni un solo día...

—¿Y eso qué cambia? —interrumpió Luke, alzando la voz—.¡¿Crees que pensar en nosotros nos devolvió la dignidad que nos arrancaron?! ¡¿Crees que el recuerdo borró los años de cadenas, de golpes, de desprecio?!

Takeru bajó la mirada. Incluso con toda su disciplina, no podía contener las lágrimas que comenzaban a acumularse en sus ojos.

—Fuimos cobardes... —murmuró—. Y ahora, nos enfrentamos al resultado de esa cobardía.

Por un momento, solo uno, Darkmind dio un paso atrás. Su rostro mostró algo parecido al dolor. No físico, no inmediato... sino esa antigua cicatriz emocional que nunca dejó de arder.

—No vine por justicia —dijo, en un susurro envenenado—. Vine por venganza.

Luke levantó su frasco. Darkmind alzó las sombras otra vez.

Quik se levantó lentamente, con la espalda encorvada por el peso del remordimiento.

—Si vas a matarme... hazlo sabiendo que lo lamento. De verdad.

Pero ya era tarde. Las palabras no podían competir con los años de odio sembrado.

La batalla no había terminado.

Solo se había convertido en algo más personal, más desgarrador. Más cruel.

Las palabras habían desatado la tormenta, pero fue el silencio posterior lo que desató la carnicería.

Un grupo de soldados del Reino del Oeste apareció entre la neblina de humo, liderados por Quik y Takeru. Sus armaduras estaban manchadas de barro y sangre, pero su determinación seguía intacta. Detrás de Luke y Darkmind, un escuadrón de la Confederación emergió como sombras, portando estandartes desgarrados y lanzas negras cubiertas de veneno.

No hubo señales. Solo gritos.

Darkmind arremetió primero, envuelto en sombras giratorias como cuchillas flotantes. Sus puños se convirtieron en filos oscuros, y en un movimiento rápido, atravesó a uno de los soldados enemigos, dejándolo desplomado en el acto.

A su alrededor, las sombras se alzaban como criaturas hambrientas. Uno por uno, los hombres de Quik comenzaban a caer, estrangulados por manos invisibles que surgían del suelo.

Luke, más atrás, arrojaba frascos con precisión milimétrica. Uno estalló sobre un escudo enemigo y lo disolvió al instante, el metal burbujeando como carne quemada. Otro frasco envolvió a tres soldados enemigos en una nube rojiza; segundos después, todosconvulsionaban en el suelo.

Takeru se lanzó hacia ellos con velocidad felina. Su katana danzaba entre los cuerpos, cortando con precisión quirúrgica. Un soldado de la Confederación intentó embestirlo con una lanza, pero Takeru giró su cuerpo en un senpu-giri devastador que partió la lanza —y al hombre— por la mitad.

Quik, aunque herido, avanzó entre la confusión, bloqueando ataques y dirigiendo a sus hombres. Tenía la mirada fija en Darkmind. No luchaba ya por la victoria de su bando; luchaba por recuperar lo que alguna vez fue familia.

—¡Retrocedan! ¡Dividan sus líneas! —gritó Quik a sustropas.

Pero era inútil. Luke y Darkmind ya estaban entre ellos.

La batalla no era entre reinos ahora. Era personal.

Era sangre contra sangre.

Y el precio sería alto para todos.

El cielo rugió cuando una de las torres del castillo se vino abajo con un estruendo ensordecedor. Piedras ardientes se precipitaron hacia el suelo, aplastando a soldados sin distinción de bando. El asedio había comenzado horas atrás, y ahora las murallas estaban resquebrajadas, los baluartes cubiertos de sangre.

Desde las colinas al este, catapultas rugían con furia mecánica. Lanzaban rocas envueltas en brea encendida que explotaban contra las murallas internas, enviando fragmentos como metralla por todo el campo. Las máquinas de asedio de la Confederación empujaban hacia el portón principal, protegidas por filas de infantería.

Pero dentro de ese caos, la verdadera batalla seguía librándose entre cuatro figuras, cuyas heridas eran más antiguas que el conflicto mismo.

Luke subió a un balcón derruido, desde donde tenía mejor visión. Su ojo entrenado lanzó tres frascos hacia los artilleros enemigos. Uno estalló en fuego esmeralda. Otro liberó una nube que envenenó el aire en segundos. El tercero reventó sobre un depósito de munición, provocando una explosión que partió una de las catapultas enemigas.

—Este castillo caerá, igual que ustedes —murmuró.

Darkmind emergió desde el humo, alzando ambos brazos. Sus sombras se arrastraban como serpientes por los muros quebrados. Uno de los puentes internos estalló cuando sus hechizos destrozaron los cimientos, haciendo que dos docenas de soldados gritaran mientras caían al vacío.

En el ala norte, Quik lideraba un contraataque con su grupo menguado. Destrozaban las estructuras de asedio con lanzas incendiarias y golpeaban donde las sombras no alcanzaban. Su espada vibraba con cada choque. Pero sus ojos solo buscaban a uno: a Darkmind.

—¡Conténganlos en el flanco sur! ¡Destruyan esas torres móviles! —ordenó, mientras su propia sangre salpicaba el acero.

En otro extremo del caos, Takeru se deslizaba entre soldados como viento entre ramas. Evitaba el contacto directo, desarmaba enemigos con cortes precisos y rápidos. Usó su katana para cortar los tirantes de una torre de asedio, haciendo que colapsara sobre el portón enemigo.

Pero aún con fuego, acero y coraje... nada podía apagar la herida emocional que ardía en el corazón de los cuatro.

La guerra seguía rugiendo.

Y los hermanos, más lejos que nunca de la reconciliación, ardían con ella.

Una nueva explosión sacudió los cimientos del castillo. Las piedras cayeron como lluvia letal sobre soldados de ambos bandos, mientras los gritos de agonía se mezclaban con el bramido de las máquinas de asedio que aún lanzaban proyectiles en llamas desde las colinas.

Los muros del ala occidental colapsaron, levantando una nube de polvo que devoró todo lo que estaba a su paso. Desde entre losescombros, Luke emergió con el rostro cubierto de ceniza y sangre,pero con los ojos clavados en Takeru.

—Sigues luchando, aunque sabes que no puedes redimirte —escupió.

Takeru apenas tuvo tiempo de responder. Luke lanzó una esfera de vidrio al suelo; el impacto desató un gas azulado que ardía en los pulmones. Takeru se cubrió el rostro con su capa y retrocedió, su katana alzada, buscando un ángulo para contraatacar.

En el pasillo central, invadido por llamas, Quik se enfrentaba mano a mano con Darkmind. El combate era feroz: la sombra y la hoja chocaban una y otra vez, envueltas en un frenesí de odio y reclamos.

—¡Nos dijiste que éramos tu responsabilidad! —gritó Darkmind mientras lanzaba un látigo de oscuridad que envolvía la espada de Quik—. ¡¿Dónde estabas cuando llorábamos en la oscuridad?!

Quik forcejeó, jadeando. El fuego le lamía los talones.

—¡Fallé! —rugió—. ¡Pero no dejé de creer que estaba vivo para corregirlo!

El grito cortó el aire como un rayo. Por un instante, Darkmind dudó... pero la magia ya se había desatado, y lo siguiente fue un empujón brutal que lanzó a Quik contra una columna resquebrajada.

Una nueva lluvia de proyectiles cayó sobre el techo y el castillo crujió, cediendo.

Desde los balcones superiores, los soldados restantes miraban con horror cómo la batalla entre los hermanos consumía lo poco que quedaba del bastión.

Y en medio de las ruinas, los cuatro seguían peleando, impulsados no solo por el deber...

Sino por la cicatriz que solo los lazos rotos pueden dejar.

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Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-07-07 08:05:26

Qué buen, capítulo, épico. La lucha fantasmal acometida por Darkmind contra los soldados está bien lograda. Qué pasará más adelante?? El mundo arde y los hermanos no cesan en su lucha fraticida.