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El último rayo del sol - Capítulo 2 - Fictograma
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El último rayo del sol - Capítulo 2

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Mess_st

Publicado el 2025-07-15 05:38:45 | Vistas 197
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Capítulo 2



—Usted debe ser el señor Smith.

Dijo la voz madura de una mujer. Bartholomew Smith, que estaba ocupado acomodando unos documentos dentro de su maletín, se volteó para ver quién le hablaba. Acababa de entrar a las oficinas del Scotland Yard para recabar información sobre el caso Anderson en el supuesto de que la comisaría de Hoxton ya hubiera solicitado ayuda para solucionar el crimen. Todo indicaba que así era.

—Soy Cecilia Keynes de la agencia Dudler, detective del caso Anderson.—Dijo la agente extendiendo la mano. Era una mujer de mediana edad de rasgos delicados pero con una mirada áspera, resultado de una vida profesional llena de circunstancias desfavorables a las que se había tenido que enfrentar. 

Bartholomew le estrechó la mano y se presentó. En sus diez años como abogado activo nunca había trabajado directamente con una mujer que no haya sido una víctima o victimaria de algún delito. Conocía perfectamente el movimiento sufragista que había iniciado apenas unos años antes: la lucha de las mujeres por la igualdad y por ser vistas como más que un mero adorno para la casa. Después de la pérdida de su esposa, él mismo había comenzado a empatizar con aquella causa de manera discreta pues muchos de sus colegas tachaban el movimiento como ‘una tontería’ o ‘una pérdida de tiempo’; otros tantos pensaban que era bueno que las mujeres tuvieran algo en lo que entretenerse y no tomaban la lucha enserio. Lo cierto era que el mundo estaba avanzando muy rápido y los cambios eran inevitables.

Después de las presentaciones, ambos agentes entraron en un despacho de sencilla decoración victoriana con apenas un escritorio y dos cómodos asientos, donde hablaron e intercambiaron información de los detalles más importantes del caso.

Cecilia Keynes acercó un gran bolso de cuero de donde sacó algunas carpetas; una de ellas bastante gruesa, lo que sorprendió a Bartholomew.

—Antes de empezar, señor Smith, tiene que saber que llevo siguiendo casos similares a este desde hace años. Ahora mismo no tengo el favor de toda la policía, lo que podría ser una ventaja para usted.—Dijo la detective con un tono directo y flemático, más cercano al orgullo que a la indiferencia.

—No tengo intención de tomar ventaja, detective Keynes. Quiero resolver este crimen tanto como usted.—Dijo el joven abogado.

—La única diferencia Sr. Smith, es que hablamos de un asesinato que yo estoy investigando y de un asesino al que usted va a defender.—Contestó ella sin mostrar expresión alguna y enfatizando los pronombres.

—Bueno, es mi trabajo demostrar que los acusados no son culpables hasta encontrar las pruebas que demuestren que si lo son.

Ella lo miró por unos segundos con un semblante tan plano que el abogado no supo interpretar, luego le habló con directa honestidad:

—Antes de que incluso comience a ahondar en ello, puedo asegurarle que Vincent Vaughan es culpable.

Tenía razón, pero ella no podría saber eso. Bartholomew tragó saliva y sonrió fingiendo presunción. La detective era perspicaz pero él no debía mostrarse débil y mucho menos ingenuo. Él y solo él debía conocer la verdad y trabajar incansablemente para borrar las pocas huellas de su cliente. Sin estar tan convencido, se había comprometido a actuar como si Vincent Vaughan nunca se hubiera confesado, y únicamente había aceptado el trabajo por la gran suma de dinero que éste le había ofrecido. Un dinero que le ayudaría a recuperar a su hija.

Bartholomew no pasó por alto que la detective había mencionado el nombre de Vincent Vaughan como si le conociera.

—¿Usted conoce a Sir Vaughan?—Preguntó él sin nada que perder.

—Cuando dije que llevo siguiendo casos como éste es porque me refería a los crímenes de su cliente. 

El abogado Smith sonrió incrédulo.—¿Crímenes?—Preguntó.—No existe información archivada de que Sir Vaughan haya cometido algún crimen alguna vez. Ni siquiera una sanción. Tiene una reputación intachable e incluso ha donado una fortuna a la beneficencia.—Afirmó convencido.

—¿Y le sorprende todo eso? Alguien con vínculos tan fuertes dentro de la administración de la monarquía sabría perfectamente como borrar las huellas de cualquier litigio que no le sea favorable. Además, quiero pensar que usted está de acuerdo en que donar dinero no hace santo a nadie.

Bartholomew era de los primeros en aseverar que no había nada de loable en esos actos si se llevaba una máscara de falsedad. Sin embargo, tenía que fingir que su cliente era todo honestidad y rectitud.

—Absolutamente. Pero no existen pruebas de tal acusación. Ni siquiera las evidencias del caso Anderson son verosímiles. Se sabe que Jacob Anderson intentó robar a Sir Vaughan que estaba cerca del lugar, y éste ni se dio cuenta de que el chico había metido la mano en su saco.—El abogado habló con forzada confianza.— El gemelo encontrado en la mano del joven Anderson ni siquiera es suyo.

—¿Es lo que él le dijo?

—Es lo que está en el informe del inspector que detuvo a Sir Vaughan la noche del crimen.

—Leí el informe, abogado. Tan conveniente como siempre.

—¿A qué se refiere?—Preguntó Bartholomew. 

Las palabras de la detective sonaron con cierto resentimiento aún cuando había mantenido hábilmente un tono neutral. Sin embargo, ante la pregunta del abogado Smith se mantuvo en silencio unos instantes mirando hacia el suelo con un semblante más reflexivo que dubitativo. Se acercó a la mesa sin pararse de su asiento, puso la mano sobre la carpeta gruesa y se dirigió al abogado

—Apenas conozco a Sir Vaughan, pero a su esposa la conocí perfectamente.

Once años atrás, cuando Cecilia Keynes comenzaba su carrera criminalística siguiendo los pasos de su padre y apoyada por la única agencia que se atrevió a contratar a una mujer, fue víctima de la pareja Vaughan. Su esposo había caído enfermo impidiendo que éste pudiera salir de casa y proveer a la familia, y con un niño de dos años se vio obligada a trabajar más horas al día, lo que le restó tiempo para el cuidado de su preciado hijo y de su hogar. En ese transcurso de tiempo había sido presa y cazadora perdiendo mucho en el anfractuoso camino.

Detuvo sus recuerdos ahí. La detective Keynes agarró la carpeta evitando hablar de un tema que le desgarraba y la regresó de nuevo a la bolsa. No era el momento para hablar de aquello. No había expresión en su rostro; su silencio también fue un manifiesto de secretismo y confidencialidad.

Bartholomew Smith permaneció en silencio con la sensación de que Cecilia Keynes se había abierto de más sin decir absolutamente nada, que había un doloroso pasado y que Vincent Vaughan estaba relacionado con ello. Por el momento estaba seguro de que no sabría lo que había en la carpeta y no tenía intención de preguntar. Desconocía completamente el pasado de Cecilia Keynes y parecía ser un tema delicado para la agente, pero él tenía que continuar con su trabajo. Ignorando inocentemente su pasado, retomó el tema de Lady Báuer, un tema que si le daba curiosidad.

—¿Qué sucedió con la esposa de Sir Vaughan?

—Me reservo los detalles por el momento, abogado. Le aseguro que el desconocimiento de ese hecho no interfiere con su avance en el caso actual.—Dijo la detective con su impoluta seriedad. Después de todo no debía mostrar flaqueza.

Bartholomew asintió ligeramente decepcionado y por el momento, dio ese asunto por concluido.

—Lo que si puedo decirle,—Continuó ella,—es que todo lo que es Sir Vincent Vaughan ahora es gracias a ella. Fue su mentora y guía, y la que lo introdujo al mundo al que pertenece. Vincent Vaughan aprendió desde su sombra escuchando, observando y desarrollando ese carisma que le caracteriza. No directamente, pero he sido testigo de su influencia.

Bartholomew sabía perfectamente a lo que se refería, de otra forma ni él mismo estaría en esta situación. Hizo sus propias conjeturas. Hasta ese momento, su cliente simplemente parecía ser un hombre vanidoso y soberbio, pero si Cecilia Keynes tenía razón estaba tratando con alguien realmente peligroso. Se arriesgó a confiar en que Keynes estaba especulando con pruebas insuficientes, faltas de relevancia y sin consecuencias catastróficas. 

—No estamos tratando con gente normal, abogado Smith—Afirmó la detective Keynes sacando al agente de sus pensamientos.

—Sir Vaughan puede ser algo excéntrico, es verdad,—Aseguró él—Pero me remito a la reputación que le precede y las pruebas que tengo en mis manos.

—No hablo de excentricidad, abogado. Vincent Vaughan posee ventajas sobre otros de manera imprevisible. Atrae a sus víctimas sin ninguna resistencia y su método es tan limpio que no deja más que una sutil marca en ellas y ni una huella que la policía pueda seguir. La mejor prueba es la picadura del cuello de Jacob Anderson.

—¿La picadura en el cuello?—Preguntó Bartholomew con ligero escepticismo.—Eso no estaba en el informe. Quizás no tenga relevancia.

—Quizás no estaba porque tiene toda la relevancia del mundo.

Cecilia Keynes sacó de uno de los sobres una fotografía policial del cuerpo del joven Anderson durante la autopsia y la colocó sobre la mesa.

—Por razones obvias no se me dejó acceder a la morgue, pero uno de mis agentes logró obtener esta imagen.

Bartholomew agarró la fotografía y la examinó. La imagen mostraba en detalle el cuello de la difunta víctima donde podían verse dos puntos muy pequeños que fácilmente podían pasar por una picadura o una herida común.

No parecía gran cosa, aunque algo cierto era que Vincent Vaughan le había confesado su crimen pero no mencionó cómo había matado. La policía aún tenía libre al otro sospechoso sin pruebas suficientes para encerrarlo, por lo que se seguían buscando huellas de otro asesino o para no alargar el asunto, declarar el deceso como muerte natural. El caso únicamente estaba abierto por la insistencia de Cecilia Keynes, quien aseguraba que el único culpable era el excéntrico magnate. En base a sus hipótesis, se le había concedido un tiempo límite para recolectar las pruebas suficientes para inculparlo. 

Bartholomew Smith se dio cuenta de que no era el único trabajando bajo presión. Tanto él como Cecilia Keynes estaban siendo manipulados de alguna forma por el mismo hombre. 

—Parece que hay mucho trabajo por hacer, detective.—Dijo el abogado Smith devolviéndole la fotografía. 

Sus palabras habían sonado como si estuviera convencido de la inocencia de su cliente y ella tuviera que esforzarse más para vencerle, pero el mensaje iba también para si mismo pues se sentía más hundido que nunca en el peor momento de su vida.



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Avatar de Valentino-Prádena
Valentino-Prádena 2025-07-15 08:11:58

Muy interesante la entrada de la detective Cecilia Keynes, quien desde ya le ha advertido a Smith que se las verá con seres fuera de nuestra comprensión humana.