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El último rayo del sol - 2.3. - Fictograma
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El último rayo del sol - 2.3.

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Mess_st

Publicado el 2025-07-22 21:00:48 | Vistas 156
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2.3


El decano había quedado convencido con el distinguido porte de Sir Vaughan. Dos días antes había recibido una carta de Vaughan Treasury & Co., con la firma y sello del excéntrico banquero. El decano Collins no cabía en su emoción ante las palabras que mencionaban una “generosa donación” para las arcas de la iglesia católica de Londres. Inmediatamente llamó al presbítero y le hizo saber del afortunado acontecimiento enviando una respuesta inmediata para programar una reunión para el domingo después de la última misa.

Incluso el viernes se podía ver al decano caminando con vívida emoción por los pasillos del colegio y durante sus clases, su expresión pasó de rigurosa a considerada y amable.

Todos conocían la HM Treasury que era la tesorería oficial del Reino con la supervisión y dirección del Primer ministro pero pocos sabían de las filiales que trabajaban a la par con la monarquía. Un tanto más abajo, los empresarios más poderosos podían mantener un equilibrio económico como prestamistas del reino para cubrir los gastos más discretos de éste. El padre de Vincent Vaughan había hecho una fortuna subvencionando no solo a los comerciantes y burgueses, si no hasta las ramas más cercanas a la corona para sus diversos intereses. El nombre de Vaughan & Co. no era tan conocido pues había sabido mantenerse en el anonimato bajo otras firmas más llamativas entre los inversionistas, lo que no lo hacía menos importante, al contrario, era una estrategia astuta que lo hacía la mejor opción para recurrir ante casos de extrema urgencia sin llamar la atención de nadie.

—Sir Vincent Vaughan, dice que se ya se conocen, señor Hastings. Espléndido.—Dijo el decano a Marcus con un tono más afectuoso de lo normal.

—Si. Buenas noches, Sir Vaughan.—Contestó Marcus bajando humildemente la cabeza en señal de saludo.

—Señor Hastings.—Respondió elegantemente el empresario con el mismo gesto.

—Le he llamado, señor Hastings, porque necesito que acompañe a Sir Vaughan a las oficinas de la tesorería de la iglesia de Westminster.—Explicó el decano.—Le daré una nota y debe entregarla al administrador.

El decano había dado una orden, no era un favor con una respuesta opcional. A pesar de su obediencia, Marcus tuvo un primer pensamiento sobre lo tarde que era para esos encargos, pero no se atrevió a cuestionar nada.

Sir Vaughan observaba cautelosamente al disciplinado seminarista percibiendo su intranquilidad y entonces tomó la palabra:

—Lamento tener que sacarlo de sus actividades tan tarde, señor Hastings. Es de noche, hace frío y las debilidades humanas son más caprichosas a esta hora, pero puedo decirle que conmigo estará perfectamente seguro.

Marcus sonrió tímidamente.—Será un placer acompañarle.—Contestó.

Evidentemente surgieron en Marcus una serie de preguntas que rondaron por su cabeza, ¿Cómo había podido ese hombre convencer al estricto decano Collins de dejar salir a uno de sus alumnos durante la noche? ¿De qué habían hablado? Y lo más extraño, ¿Porqué tenía que acompañarlo él? Marcus se guardaría sus preguntas como se guardaba todo, sin esperar si las respuestas llegarían de una forma u otra.

El elegante carruaje negro estilo Landó de Sir Vaughan esperaba mientras se despedían en el atrio de la iglesia ante la mirada curiosa de los demás alumnos. El decano dio algunas indicaciones a Marcus y lo bendijo en nombre de Dios.

De camino, los faroles de la ciudad que habían sido encendidos recientemente con la caída de la noche hacían un juego de sombras en el interior del carruaje a medida que avanzaba por las húmedas calles de Londres, iluminando y oscureciendo el rostro de sus dos pasajeros conforme el coche avanzaba. Sir Vaughan no tardó mucho en hablar.

—Le agradezco su compañía en esta tarea confidencial, señor Hastings.

—No es ningún problema, Sir.—Contestó el joven dibujando su tímida sonrisa.

—Se preguntará porqué está usted aquí conmigo y no otro.

Marcus quizás había proyectado esa curiosidad, pues si de relaciones públicas se trataba, él siempre había sido el menos indicado para desenvolverse. Cualquier otro como Elton o el difunto Arthur hubieran sido acompañantes idóneos para una reunión con influyentes personajes fuera del seminario. Además, la exótica presencia de Sir Vaughan era algo a lo que Marcus todavía no se acostumbraba. El hombre era agradable, pero tenía algo en su forma de hablar, de expresarse y de mirar que lo inquietaba, como si siempre estuviera un paso por delante de lo que el otro va a decir, o pensar.

Marcus intentó responder con sinceridad:—No voy a negar que me ha sorprendido. Yo nunca he salido del seminario para atender casos formales.

Sir Vaughan sonrió con conmiseración ante la sosegada voz de su acompañante y a continuación le preguntó: “¿Porqué no??" con una curiosidad motivada no por saber la respuesta, si no para poder escuchar más tiempo su voz.

Marcus titubeó. No era que se sintiera incapaz, quizás siempre había necesitado un impulso y junto a Arthur nunca había sido necesario forzarlo. Además de que consideraba que su apacible temperamento no era de ayuda en esos casos.

—Supongo que solo no ha habido la oportunidad.—Contestó.

Sir Vaughan notó el nerviosismo del joven; un joven que se bañaba en tristezas y se secaba con añoranzas.

El virtuosismo del noble banquero no consistía más que en un agudo sentido de observación y análisis ante la situaciones, lo que le daba una poderosa ventaja sobre sus relaciones empresariales y una conveniente herramienta para sus oscuros pasatiempos.

—No fue difícil convencer al decano.—Confesó—Le he preguntado si creía que a alguno de sus alumnos le hacía falta salir a respirar aire fresco.

La encantadora sonrisa de Vincent Vaughan parecía una estampa imborrable en su cara. Marcus lo miró y luego bajó la cabeza con cierto pesar ante la idea de que para los demás, él seguía pareciendo un chico frágil y melancólico. 

—Pero no sea cruel consigo mismo, señor Hastings y no alimente pensamientos aviesos contra los demás. Ellos no entienden.—Continuó Sir Vaughan ante el silencio del estudiante quien levantó los ojos y se encontró con los de su acompañante. Unos ojos sonrientes y llenos de confianza. El caballero siguió hablando:

—Confieso que la noche que le escuché llorar en la capilla me recordó a mí mismo durante mis días de colegio en Hungría. Estaba lejos de mis padres en un valle alejado de la sociedad y con gente muy distinta a mi. La única que parecía querer enseñarme a nadar en contra de la corriente fue mi profesora Szkeli, que me hablaba de los maravillosos mundos que otros se pierden cuando se empeñan en dejarse llevar por el agua como peces muertos.

Marcus no sabía porqué se había sentido identificado. Su fe siempre le había guiado hacia una sola dirección aún cuando su naturaleza parecía querer hacerle correr hacia el lado contrario, un lugar peligroso donde solo veía un encumbrado precipicio. No, dentro de los muros del seminario se sentía seguro aferrado a su doctrina, a sus libros y a sus recuerdos.

—También hay alimento para los peces que parecen vencidos.—Respondió Marcus tratando de convencer a Sir Vaughan y a sí mismo de que donde el espíritu encuentra un nicho es el lugar correcto.

—Ah, el poder de la fe.—Exclamó el banquero con un tono solemne—Incluso si la corriente es demasiado fuerte, no hay que tener miedo de buscar alimento fuera del agua. Uno siempre puede serle fiel a sus principios aunque viva en el desierto.

Marcus tragó saliva. En esos momentos de su vida, lo que menos quería era vivir en un desierto cuando se estaba muriendo de sed. Comenzaba a ponerse nervioso ante la exposición de sus miedos, por lo que cambió de tema.

—¿Aún tiene contacto con su profesora?—Preguntó.

Por primera vez Sir Vaughan desdibujó su sonrisa para perderse entre recuerdos tristes por un instante.—Me temo que no. Ella murió hace mucho tiempo.

—Lo siento mucho.—Dijo Marcus con su suave voz.

Por un momento, Sir Vaughan le había recordado a Arthur cuando éste se empeñaba en defender un punto inmerso en sus coloquios; aunque sus argumentos, siempre acompañados de un buen libro, no se comparaban a la retórica de Sir Vincent Vaughan que parecía tener una respuesta precisa para todo. Era ambiguo pero no confuso; algo que beneficiaba a Marcus para evitar caer en el pecado de la duda. 

La oficina estaba a punto de cerrar. 

Cuando llegaron a la dependencia de la tesorería, una discreta casa de estilo neogótico  con dos grandes puertas de madera tallada, Marcus se apresuró a bajar; tal y como le había ordenado el decano para avisar al servicio doméstico de su llegada mientras Sir Vaughan descendía del carruaje y daba instrucciones al cochero.

El administrador, un hombre mayor de barba blanca y naciente calvicie se asomó por una de las puertas al poco tiempo.

—Buenas noches. Soy Marcus Hastings del seminario de Saint Edmund.—Saludó Marcus ligeramente nervioso.

—Buenas noches.—Contestó el administrador observando a los visitantes con curiosidad.

—Disculpe la hora. Acompaño al caballero Sir Vincent Vaughan para un trámite de suma importancia. El decano Gilbert Collins le envía esta nota que explica el asunto.—Anunció Marcus con más confianza entregándole el papel al hombre mientras Sir Vaughan aguardaba apacible detrás de él.

El anciano administrador leyó la breve nota y la volvió a guardar dentro de su sobre, luego miró a Sir Vaughan y abrió los ojos con denotada sorpresa.

—¡Oh! ¡Adelante, por favor, adelante!.—Exclamó el tesorero abriendo la puerta de par en par para que los invitados pudieran pasar. 

Marcus cedió el paso a Sir Vaughan y éste le guiñó un ojo a modo de felicitación al pasar frente a él. El joven seminarista no pudo evitar sobresaltarse.  

—Estaba a punto de irme, pero por fortuna tengo la manía de trabajar siempre un rato más.—Manifestó el administrador caminando hacia su escritorio lo más rápido que su cuerpo le permitía. Tomó sus gafas y se dirigió hacia los presentes para observarlos mejor.

—Lo que hace un buen hombre de provecho—Dijo Sir Vaughan acercándose a él y extendiendo la mano.—Sir Vincent Vaughan, de Vaughan Treasury & Company, para servirle.

—Peter Spruce, administrador de la tesorería de la arquidiócesis…—Contestó el viejo burócrata estrechando su mano y asombrándose por la imponente e impecable presencia del banquero.—Un placer.

Debido al trabajo de Sir Vaughan, el protocolo de firmas respecto a donaciones o concesiones a fundaciones u organizaciones benéficas le resultaban familiares por lo que después de haber informado al administrador, éste le facilitó algunos documentos para comenzar con el proceso del donativo.

Marcus estaba de pie a un lado, en silencio y observando a los dos hombres intercambiar términos y conceptos financieros. Hasta ese momento, desconocía el principal motivo de la apresurada visita. El señor Spruce lo miraba amigablemente de vez en cuando durante la conversación con Sir Vaughan para involucrarlo en los temas eclesiásticos.

—Sir Vaughan, ¿De cuánto será el donativo?—Preguntó el burócrata de la iglesia una vez se hubo sentado con los papeles sobre el escritorio y listo para escribir.

—Mil libras esterlinas—Contestó el excéntrico banquero con total naturalidad.

Al escuchar aquello Marcus se quedó boquiabierto. Nunca en su vida había visto tal cantidad de dinero y le impresionó la calma con la que el hombre se deshacía de él. No fue diferente para el señor Spruce que, acostumbrado a trabajar con grandes sumas, pocas veces había tratado con donadores tan particulares. 

—Le aseguro Sir Vaughan, que la iglesia y el cardenal estarán infinitamente agradecida con usted.—Dijo el señor Peter Spruce después de llenar el cheque.

Sir Vaughan inclinó la cabeza con reciprocidad y procedió a firmar.

—Este es el primer paso para limpiar mis pecados.—Contestó el sonriente banquero en un tono casi teatral difícil de reconocer.

Después de terminado el trámite, los caballeros se dieron la mano en señal de respeto mutuo. El señor Spruce se acercó a Marcus y le estrechó la mano de igual manera agradeciéndole su visita. 

Los dos visitantes se dirigieron hacia la puerta y se despidieron del viejo administrador quien cerró las puertas del lugar una vez sus invitados se habían marchado.

Habían pasado exactamente cuarenta y siete minutos en el despacho según el reloj de bolsillo de Vincent Vaughan. Eran las nueve con cuarenta y cinco y el carruaje de regreso ya estaba en la calle con el cochero puerta en mano, listo para subir a sus pasajeros.

De camino al seminario, Marcus observó nerviosamente Sir Vaughan, que acomodaba sus papeles en una vieja carpeta de cuero. Estaba indeciso sobre qué tema debía hablar con él y también estaba impresionado por la enorme contribución económica que acababa de hacer a la arquidiócesis. No sabía exactamente como abordar el tema pues había sido un asunto confidencial desde que salieron de la iglesia. 

—Señor Hastings, de verdad me alegro de que haya venido esta noche conmigo.—Dijo el caballero rompiendo el silencio.—No solo ha sido verdadera la opinión del decano sobre usted. En la iglesia también le pregunté quién era el más prudente y discreto de sus alumnos. No lo dudó ni un instante, puso un dedo sobre la mesa y me aseguró que no había hombre más sensato que usted.—Sir Vaughan había puesto delicadamente un dedo sobre su propia rodilla recreando el ademán del decano.

Marcus no podía despegar la mirada del hombre que le hablaba, su aterciopelada voz era magnética y sus palabras vibraban en su subconsciente como ondas en el agua al caer un pequeña piedra. Respecto a la opinión del decano y de cualquier otro era algo que nunca tenía en cuenta considerando que nadie lo juzgaba más que el mismo. 

—Conmigo no sé si la prudencia es una virtud o un defecto.—Contestó el seminarista con tono apesadumbrado.—Aveces temo tanto a las consecuencias que tomo las decisiones incorrectas.

—La prudencia es una virtud si su uso te lleva por un buen camino. ¿No le parece que hoy su temperamento le ha dado el empuje para salir de su zona de comodidad?

—Pues, aunque estoy agradecido, yo no he tomado la decisión.

—Ha tomado la decisión desde que el decano piensa que usted es suficientemente prudente para una tarea como esta. No tiene que decir nada; donde otros ven timidez yo veo templanza y raciocinio. No necesita ser otro, señor Hastings; necesita de otros para verse a si mismo.

Marcus temía ante todo, al reflejo. Era duro consigo mismo y al mismo tiempo se sentía débil para mirarse y enfrentarse de pie, es por eso que Arthur representaba un ideal de lo que él no era y le gustaba su apariencia y naturaleza espontánea y salvaje.

Sir Vincent Vaughan ya no era un desconocido para él. Había demostrado ser un ávido lector y Marcus un libro abierto; justo cuando pensaba que nadie más podría llegar a ver a través de él.

Estaban muy cerca del seminario, por lo que Sir Vaughan se adelantó a otra petición.

—Señor Hastings. Tengo entendido que tiene los domingos como su día libre. 

—Si. Después del mediodía.

—Si me lo permite y no tiene algún otro compromiso, quisiera invitarle a pasar una velada conmigo.—Dijo con aire resuelto.—Encontrará reconfortante un cambio de ambiente dentro de la ciudad.

Marcus, que solía pasar los domingos con Arthur, estaba a punto de negarse cuando recordó que su amigo ya no estaba. Se le hizo un nudo en la garganta no solo por el hecho de que Arthur estaba muerto si no porque, durante la mayor parte del tiempo que estuvo con Vincent Vaughan, Marcus se olvidó de él. 

Titubeando y como si le tomara más esfuerzo de lo normal, Marcus Hastings aceptó. —Será un placer.—Dijo finalmente. Tenía una extraña sensación en su cabeza; no era desagradable, pero era como si su reacia mente estuviera indecisa entre quedarse escondido en sus sombras o arriesgarse a sentir el calor del sol.


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Valentino-Prádena 2025-07-23 08:26:10

Parece ser que Sir Vaughan va preparándose para cazar a su próxima víctima. Muy buena narración. Saludos.