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Reino de fuego y sombras I - Un mago inútil - cap18 - Fictograma
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Reino de fuego y sombras I - Un mago inútil - cap18

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heguendm

Publicado el 2025-07-24 12:08:06 | Vistas 143
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Un buen golpe:

Varios meses habían pasado desde que Xavier y el resto de la banda escaparon de Veldat al Reino de Orphen. Pasar la frontera había sido fácil gracias al gusano de Melman de Emil. Orphen era un reino neutral respecto a los otros dos reinos en su frontera. Era un reino de comercio, dado que tenían territorio poco favorable para el cultivo y cría de animales; su crecimiento era limitado, y las caravanas de comerciantes entre reinos eran la base de su economía.
Fueron cambiando de una villa a otra. Con tanto viajero y comerciante rodando alrededor, era fácil mezclarse con la población. Vralia tenía algún contacto en Orphen y le fue fácil conseguir algunos trabajos de poca monta. Mantuvieron un perfil bajo, además, Xavier y Pip intentaron mantener su relación con la banda tan en secreto como fue posible, pues la experiencia de Nelsen les hizo recordar lo ventajoso que era tener a un desconocido en el grupo que pudiera vigilar objetivos sin levantar sospechas ni hacer asociaciones, además de otras ventajas. Xavier y Pip vigilaban a la población general, a los guardias y caballeros, reunían información y detectaban posibles traiciones; escuchaban rumores y en secreto informaban a la banda. Si alguno de los dos detectaba algo sospechoso sobre un trabajo, Vralia cancelaba la operación al completo. Solo se juntaba toda la banda cuando estaban a punto de marcharse de una zona.
Xavier aprovechó el tiempo para aprender un poco de todos. Venenos y hierbas medicinales de Racia; cómo moverse con sigilo, atacar órganos vitales, puntos débiles y nociones de tortura de Emil; Pip le enseñó a pasar desapercibido en los pueblos y a robar los bolsillos de los nobles distraídos; Gando le servía de práctica de combate. La banda había hecho varios trabajos de poca monta para pagar gastos, comida, cerveza, ron y vivienda.
Llevaban unas semanas quedándose en un pueblo llamado Tram. Aún tenían algo de dinero del trabajo de los días anteriores. Xavier había gastado poco, se había comprado algo de ropa de los plebeyos de la zona, ropa simple, pero al menos no eran los trapos miserables y llenos de agujeros de los campesinos de la frontera. El resto del dinero lo guardaba, no sabía cuándo las cosas se pondrían mal y tendría que huir por su cuenta. Vralia había conseguido un buen trabajo en una ciudadela, un golpe gordo a un noble en decadencia que se había creado muchos enemigos. La banda se reunió en un bar llamado La Tromba antes de abandonar aquel pueblucho.
Era un bar de mala muerte, cerveza caliente, mala pero barata, ron malo, mesas rústicas, jarras de madera, alguna rata corriendo por las esquinas, un perro sarnoso en la entrada, lleno de criminales, mercenarios, y en el mejor de los casos, gente de dudosa reputación.
—Aleum, ¿cuándo nos vas a invitar a un trago? Con todo el dinero que ahorras debes de ser rico ya. —Pip tiró la carnada: siempre hay que tratar de conseguir un trago gratis.
Xavier se limitó a mirarle con una mirada como si le hubiesen dicho que iban a matarlo. «Con la mierda que me pagáis, ni de coña», pensó. Esto no era completamente cierto. Lo que ganaba en la banda era el mínimo, pero era más de lo que ganaba toda su familia en un año en el campo en Humol. Había ahorrado diez monedas de plata en medio año. Para un miserable como él era una fortuna. Al final, el crimen sí pagaba, y pagaba bien.
—Aleum el Rácano —bromeó Racia golpeándose el codo—. El hombre más tacaño que conozco, y mira que he conocido nobles con codos de acero.
—Por el maestro fundador de la cofradía del puño cerrado —agregó Emil levantando su jarra en un brindis a la tacañería de Xavier.
Todos se reían a costa de Xavier cada vez que se sentaban a tomar en algún bar. Era eso o Emil empezaba una pelea con alguien más débil que él. Podía ser un fantasma en la selva, pero en los lugares poblados llamaba mucho la atención, sobresalía como un juanete inflamado.
Xavier no les prestaba mucha atención; se encontraba absorto en sus pensamientos. Ya pasaba de los diecisiete años; más de un año había pasado desde que despertó como mago, muchas cosas habían sucedido, lo acusaron en falso y lo exiliaron de la torre, casi le matan, le traicionó su familia y se unió a una banda de criminales. Esos recuerdos aún eran dolorosos y si alguien le hubiese prestado atención, habría notado el cambio en su cara, aunque solo duró unos segundos. Pasaba la mayor parte de su tiempo libre practicando su magia. Sobre todo su magia de trasformación y su magia de fuego. Sin instrucción su avance era limitado. Mientras se encontraba perdido pensando en los resultados de sus experimentos, los demás miembros de la banda pensaban que estaba mirando a la camarera. Era una chica joven, blanca, delgada, con el típico cuerpo de los pobres que pasan hambre en la frontera y huyen a las ciudades a ganarse la vida. Tenía pocas curvas, senos pequeños y una espalda larga. Una cicatriz desfiguraba el lado izquierdo de su cara.
—No me digas que ese es tu tipo —dijo Pip con cara de sorpresa.
—No juegues..., pensé que te gustaban los hombres —exclamó Racia.
Esto sí sacó alguna reacción de Xavier. Solo entonces se percató de que estaban hablando sobre él. Emil era un sádico, Vralia era cliente frecuente de los burdeles y coqueteaba con todo lo que tuviese senos, al igual que Pip. Gando era muy discreto y silencioso, pero más de una vez se le había visto coquetear con chicas muy jóvenes. Racia no tenía problemas para llenar su cama.
—¡Ehh!, ¿por qué pensaban que me gustan los hombres? —preguntó Xavier.
—Porque nunca mostraste ningún interés en Racia. Hasta hace poco era un incordio tener a Pip espiándola en el baño, pensamos que pasaría lo mismo contigo — contestó Emil—. Sin embargo, tú nunca lo has hecho, ni una vez.
Pip se acercó a Xavier y le dijo al oído:
—Aún la espío, solo que ahora no me descubren —dijo guiñándole un ojo.
La cara de Xavier se tornó roja como un tomate. No sabía qué decir. Racia era una mujer musculosa y fuerte, pero no dejaba de ser atractiva. Sus pechos voluminosos eran llamativos, pero no podía decir que tenía miedo de mirar mucho a una mujer que podía matarlo con una gota de ricino en cualquier momento o cortarle el cuello mientras dormía. Recordaba lo desagradable que fue para él cuando su hermano lo estaba espiando en el granero. Racia se quedó mirándolo fijamente y, tras unos segundos, sus ojos se abrieron sorprendidos ante su descubrimiento.
—¡Este chico es virgen! —anunció Racia.
Todos los de la mesa y algunos de la mesa vecina se quedaron mirándole.
—Este chico casi muere más de una vez y nunca lo ha hecho... Imperdonable —concluyó Vralia.
—Sabroso. —Racia lo miraba como un león a un trozo de carne mientras se mordía el labio inferior.
—¡Oh, no! —le reprochó Vralia—. Lo último que necesitamos es un miembro de la banda encoñado y como idiota detrás de ti. Sobre mi cadáver.
—¡Bah! —se quejó Racia tomando otro trago de cerveza.
—Acaba tu trago, chico, te llevaremos a estrenarte —dijo Vralia mientras todos en la mesa se reían, excepto Racia.
Al ver que pronto todos se irían con Aleum a algún burdel, Racia no pensaba quedarse atrás. Se levantó de la mesa, acabó su cerveza de un golpe y examinó el bar hasta ver a un hombre que cumpliera sus expectativas. No había mucho para elegir. Aunque había muchos hombres allí, pocos le parecían adecuados. El elegido fue un hombre alto, mestizo, de pelo corto y encrespado. No tenía barba, debía haberse rasurado ese mismo día. Era alto, su complexión física era fuerte, con los músculos de los antebrazos bien tonificados. Racia se acomodó el escote, abrió un poco su blusa para mostrar un poco más de carne, fue directamente a la mesa del desconocido, se sentó sobre sus piernas, le dijo algo al oído, le besó en la boca durante unos segundos y acto seguido se bebió su cerveza como si fuese agua. Se levantó de sus piernas, agarró su mano y se lo llevó fuera del bar. El hombre no opuso resistencia y la siguió sonriendo.
—¡Halaa!, ¡suertudo! —
Gritaban algunos en el bar, otros estallaban en carcajadas o maldiciones de envidia, mientras todos los miembros de la banda pensaban:
«Qué fácil es ser mujer».
Acabaron sus cervezas y se fueron a las afueras del pueblo. Vralia y Pip conocían los mejores locales de los alrededores.
La banda entró por un callejón donde encontraron a un hombre armado con una lanza y una espada corta. Era tan grande como Gando o tal vez más grande y corpulento. Al ver a Vralia y Pip les dejó pasar sin hacer preguntas. Llegaron a la puerta del local; era un edificio de dos pisos y en la entrada un letrero ponía La Carnaza. Vralia tocó la puerta. Alguien echó un vistazo por una ventanilla y al ver a Vralia la puerta se abrió.
Una mujer de unos 50 años, blanca, obesa, con pelo largo y liso, con mucho maquillaje, un vestido rojo y con un sombrero de plumas, les saludó.
—Vralia querido, gusto verte tan pronto. —La mujer les dio la bienvenida con una sonrisa, la cual desapareció al instante al ver a Emil. —Excepto tú, maniático. No eres bienvenido, te informo que ninguna de las chicas tiene intenciones de volver a hacer negocios contigo y yo no voy a obligarlas, así que puedes irte a otro lugar o, mejor, usa tus manos y no vuelvas a tocar a una mujer nunca.
—Tranquila, Diela, hoy solo venimos como acompañantes. —Vralia señaló a Xavier. Emil lo empujó hacia adelante.
—Vaya, vaya, tienes un nuevo miembro en la banda... —Diela miró a Xavier de arriba abajo. Era obvio que el chico estaba nervioso—. ¿Un virgen?
Los miembros de la banda estallaron en carcajadas mientras Vralia asentía. La mujer tomó a Xavier de la mano y tiró de él metiéndole en el local.
El olor de perfume barato infestaba el aire estanco del lugar, las lámparas de aceite estaban cubiertas de una tela fina y roja, cambiando el color de todo en la estancia. La madama dejó a los hombres en algo que parecía un bar y pidieron los tragos de ron más baratos del lugar.
—Cinco monedas de cobre por ron malo, por todos los cielos, Diela, esto es un robo —se quejó Vralia.
—En primer lugar, nuestro ron no es malo, y en segundo lugar, tomar un trago en mi excelente local tiene su precio —contestó Diela con una falsa indignación.
Los hombres pagaron por los tragos y empezaron a beber a pesar de sus protestas.
Mientras esperaban a las chicas, Xavier se encontraba más nervioso y con manos sudorosas. Había visto a Emil torturar a un chico, había robado, se había infiltrado en casas y edificios, había hecho muchas cosas deplorables y peligrosas. Ya se había acostumbrado a ello, pero ahora mismo tenía el corazón en la garganta.
La madama volvió con cuatro chicas jóvenes, de buena figura. Eran las típicas chicas de los campos que venían a la ciudad a «trabajar», pero antes de que la madama propusiera a Xavier que eligiera alguna, como era costumbre, Vralia se adelantó, se acercó a una chica de pelo negro hasta los hombros, con buen cuerpo, le dio cincuenta monedas de cobre a la madama y le dio otras veinte monedas a la chica.
—Trata bien a mi chico, dale el servicio completo.
Normalmente, la tarifa era cincuenta monedas de cobre, lo cual era bastante caro, pero el local era de una calidad muy razonable, incluso algunos nobles lo visitaban. De la tarifa pagada a la madama, el local se quedaba con treinta. En esta ocasión, solo con la propina la chica ya había ganado lo habitual.
La chica se acercó a Xavier, le tomó de la mano y lo guio hacia una habitación, mientras los demás se servían tragos de aquella botella de ron barato. Xavier se detuvo, separándose de la chica, la cual se asustó pensando que perdería un cliente muy lucrativo. Xavier volvió a la barra, donde los demás le miraban extrañados.
«Si le gustan los hombres al final», pensaron todos.
Xavier tomó el ron de Vralia y de Emil y se los tragó uno tras otro. El ardiente veneno quemó su garganta y espantó sus miedos. Se dio la vuelta sin decir ni una palabra y regresó con la chica. Los hombres se miraron y empezaron a reír y volvieron a servirse tragos.
Xavier fue guiado a una pequeña habitación y la chica empezó a desvestirle despacio.
—¿Cómo te llamas? —preguntó la chica, mientras se quitaba el ajustado vestido.
—X... Aleum..., ¿y tú?
—Marlebis, pero me llaman Marle.
La chica ya estaba desnuda, la luz de la lámpara era suficiente para apreciar las curvas y forma de la joven chica, que le ayudó a desnudarse y empezó a besarlo. Antes de darse cuenta estaba acostado en la cama boca arriba, la chica fue besándolo desde la boca, bajando por el cuello y el pecho hasta llegar a sus partes bajas. Xavier abrió la boca y cerró los ojos, dejándose llevar por el placer.
Una hora después, Xavier salía de la habitación del brazo de la chica. La chica le dejó con sus compañeros dándole un beso en la mejilla, se dio la vuelta y desapareció lo mismo que había aparecido.
—Vamos al bar —dijo Xavier—. Yo invito.
Los hombres salieron del burdel entre carcajadas y bromas.
—Apuesto a que el primero no duraste un minuto —comentó Pip mientras caminaban.
—¿Un minuto? No duré diez segundos —refutó Xavier mientras los demás se reían.
—No me extraña, esa chica tiene talento —aseguró Pip, provocando más risas.
Xavier se reía con ellos, hoy no le molestaba ser la broma del día. Volvieron al bar y bebieron hasta el amanecer. Esa noche fue uno de esos escasos momentos en los que parecía existir cierta camaradería, pero no era algo duradero, no se puede confiar en un criminal y todos lo sabían. Tras volver borrachos en la madrugada a lo que ahora era su guarida, durmieron casi todo el día y luego de comer tomaron algunas cervezas para quitarse la resaca. Xavier no había bebido tanto en su vida y se encontraba hecho polvo: su cabeza parecía estar a punto de explotar, el estómago le ardía y la espalda le dolía, pero estaba feliz como hacía mucho tiempo no lo estaba. Pasaron un día relajado y tras la cena volvieron a su alojamiento a discutir los planes.
—Mañana nos vamos, iremos a la ciudadela de Tormon. Estaremos allí solo unos días, entrar y salir. Este será un golpe gordo, tomaremos el botín y huiremos a otro reino. Iremos al sur, tendremos que atravesar Veldat y la parte más al sur de la Dinastía Poem. Cruzando el mar al oeste, viajaremos al Imperio de Nu. Racia conoce un poco del idioma, estaremos allí unos años hasta que las cosas se calmen. Manténganse alerta, no se debe repetir lo de Nelsen, mantened un perfil bajo. Emil, nada de peleas —ordenó Vralia.
Todos se fueron a dormir y al salir el sol iniciaron la marcha. Tenían atuendos de viajeros y cazadores. La mayor parte del tiempo caminaban, alguna vez conseguían subir a una carreta de mercaderes. Les tomó una semana llegar a Tormon.
Entrar en la ciudadela fue fácil para Vralia y los demás miembros conocidos de la banda, algunos de los guardias eran sus contactos. Pip y Xavier se hicieron pasar por aprendices de mercader, ya que sus edades eran adecuadas aún para hacer el papel. Un poco de dinero les permitió convencer a un mercader de que los aceptara dentro de su caravana. Una vez dentro de la ciudadela, se separaron. Aunque Pip y Xavier podían hacer algo de dinero robando bolsillos, Vralia lo prohibió. Era más importante mantener un perfil bajo para el futuro trabajo. Mientras los otros miembros de la banda coordinaban los detalles del golpe, los dos jóvenes vigilaban a los guardias, caballeros y la seguridad de la ciudad.
Vralia y los demás entraron en un almacén de granos donde se reunían con uno de los guardias.
—Este es vuestro blanco —explicó el guardia mostrándoles una cresta de una familia noble, el diseño ilustraba una rama de olivo sobre un martillo—. El objetivo es matar al líder de la familia De Brail, son una mosca en la sopa del señor de Tormon. Hacedlo parecer un robo que salió mal. Podéis saquear todo lo que esté en la mansión, cuanto más logréis sacar, mejor. Así parecerá más realista.
Vralia y sus colegas se miraron con una sonrisa.
—Un detalle. Necesitamos un culpable, necesitamos a alguien a quien se pueda inculpar del robo y asesinato —solicitó el guardia.
—Eso no será un problema, tenemos dos conejitos listos para el sacrificio —aseguró Emil con esa sonrisa enfermiza suya.
La banda de Vralia tenía un mal récord de supervivencia para sus miembros más recientes. El motivo era simple: los usaban como carnada o como sacrificio para cubrir sus huellas. El plan era sencillo, matarían al noble, robarían todo lo posible y, cuando se diera la alarma, el guardia ya estaría en alerta, entraría primero, tomaría la gloria por detener a los dos chicos muertos a manos de sus propios colegas y daría una descripción falsa de los otros criminales a la fuga. Vralia y su grupo incluso podrían quedarse en la ciudadela mientras los guardias buscaban a unos criminales que no existían.
Vralia y su banda observaron a sus objetivos un tiempo. Unos días después, tras tener identificada y vigilada a su víctima, se ejecutaría el plan. El guardia implicado en el complot estaba de servicio, vigilando la zona donde vivía el noble. Haría de la vista gorda cuando los criminales se desplazaran por los alrededores de la mansión.
El blanco principal era Antonio de Brail y su esposa, Cleosinda. Antonio era un hombre de estatura baja, de unos cincuenta años, mulato, de ojos marrones con un bigote denso y una barriga prominente. Cleosinda era una mujer blanca, alta y muy delgada, de ojos azul claro y labios finos, con un pelo blanco y largo.
La pareja se encontraba en casa ya caída la tarde. Mientras esperaban la cena, él trabajaba en su despacho leyendo y firmando papeles y ella tomaba el té. El sol se ponía en el horizonte. Xavier y Pip habían vigilado la casa durante días. Xavier conocía la rutina bastante bien, incluso la trampilla del librero con el pasadizo secreto del despacho. La emboscada debía tener lugar en los aposentos, no en la oficina, por tanto, no vio necesario comentarlo con sus colegas. Además, le extrañó que tanto él como Pip fueran incluidos en la fuerza de ataque. Nunca los habían dejado participar de forma activa, a menos que fuera como carnada. El hecho de que quisieran que entrasen en la mansión durante el golpe más grande de la banda hasta el momento era un gran cambio. Pip lo tomó como una señal de confianza en sus habilidades, pues llevaba más tiempo en la banda, pero a Xavier algo le molestaba del arreglo. La paranoia ya formaba parte de sus huesos y cada vez que pensaba en confiar en alguien veía las caras de su familia, la forma de desprecio con la que le miraron tras venderle a los guardias. Mientras vigilaba a sus objetivos y el momento del ataque se acercaba, la sensación de peligro se hacía más intensa.
Tras la cena, la pareja volvió a sus actividades y al momento de irse a dormir cada uno fue a sus aposentos. No dormían juntos, tenían habitaciones separadas. Vralia y su banda ya estaban en posición. Tenían treinta minutos para ejecutar a sus víctimas y robar todo lo útil antes de que los guardias entraran por la puerta.
—Emil y Aleum, vayan a por los niños —ordenó Vralia. —Pip, Racia y Gando, eliminad a los sirvientes.
Vralia se dirigió a las habitaciones de los señores de la casa y fue hacia su objetivo primario, Antonio. Estaba profundamente dormido. En la oscuridad y con la habilidad de un gato, Vralia se acercó a su víctima. Su habilidosa mano cubrió su boca y nariz al mismo tiempo que la daga apuñalaba el corazón. Antonio solo alcanzó a abrir los ojos. La daga ya estaba fuera y el corazón bombeaba chorros de sangre que llegaban hasta el techo de la habitación. En segundos, Antonio se desangró en su propia cama sin poder siquiera gritar. Vralia evitó mancharse de sangre con maestría. Unos segundos después repetía el procedimiento con Cleosinda.
Racia, Gando y Pip usaban maniobras similares a la usada por Vralia, solo que cortaban directamente la garganta, ambas arterias y tráquea a la vez. Dar una muerte rápida e intentar no ensuciarse de sangre era la técnica que preferían en la banda... con excepción de Emil.
Xavier y Emil estaban en la habitación de los niños. A Xavier le había tocado una niña que tendría unos ocho años, a Emil, un chico uno o dos años más joven. Ambos estaban en silencio ante sus víctimas. Xavier sentía repulsión hacia lo que se encontraba a punto de hacer. Era su primera muerte, nunca había matado a nadie directamente, su trabajo era más de vigilancia y hacer de carnada o distracción. Emil, por el contrario, estaba deleitándose con la idea del crimen. Vralia había dado órdenes de terminar el trabajo rápido, pero Emil tenía otros planes, pensaba estrangular lentamente a su víctima, un niño pequeño que no podría resistirse. La sola idea de abusar del más débil le traía placer. La escasa luz que entraba por las ventanas no permitía ver los ojos, lo cual era una lástima, le gustaba mirar a sus víctimas a los ojos mientras la vida les abandonaba, aun así, la idea de sentir los miembros del pequeño intentando luchar por su vida le producía gran excitación.
La mano de Xavier detuvo el movimiento de Emil. No había que ser un genio para entenderlo, no podía matar a la niña. Aunque a Emil le molestaba la debilidad de Xavier, la idea de eliminar a la niña antes de eliminar a su hermano le resultaba aún más divertida. Emil se acercó a la niña, no podía correr riesgos de que alguno despertara. Eliminó a la hermana rápidamente. La daga cortó los tejidos del pequeño cuello hasta llegar al hueso de la columna con facilidad. No hubo llantos, el corte fue perfecto, arterias, venas, tráquea, todo fue cortado a la vez. Emil se desplazó hacia el hermano y empezó a estrangularlo. El forcejeo de los brazos y piernas del niño, los ruidos momentáneos producidos por la tráquea de su hermana llenándose de sangre eran como música. Emil se encontraba en el paraíso, mientras Xavier se encontraba de pie en silencio. Sujetaba la daga en su espalda con fuerza.
«Así es la vida», pensó Xavier. «Los débiles mueren devorados por los fuertes».
Cuando el chico dejó de moverse y Emil estaba seguro de que había muerto, se levantó sonriendo. Rápido y silencioso como un felino, su daga se dirigía al corazón de Xavier. La daga se detuvo cuando chocó contra el metal de la insignia del mago de fuego que Xavier había encontrado en la selva de Morr y que por lo general llevaba enganchada en la parte interna de su chaqueta de cuero de cazador. Producto de su práctica y entrenamiento diario, sus manos se movieron casi por reflejo y su daga se clavó en el oído izquierdo de Emil. La afilada y fina arma pasó ininterrumpida hasta el cerebro de Emil. Entre el daño cerebral y la destrucción del oído, Emil perdió el balance y cayó al suelo. Xavier no perdió tiempo y volvió a clavar la daga en el corazón.
—No hay honor entre bandidos —dijo Xavier en voz baja. «Ya sé por qué no me gustaba este plan, pensaban eliminarme desde el principio».
Se dejó caer en el suelo mirando al cuerpo de Emil, sintió algo de náuseas, pero no era tan malo como esperaba. Si bien era cierto que ahora era un asesino, nadie lo merecía más que ese sádico degenerado. No estaba sorprendido ni se sentía herido por la traición, después de todo eran criminales, esto no era de extrañar, varios meses moviéndose con la banda en los bajos estratos del mundo criminal le habían enseñado que estaba lleno de traiciones y engaños.
Xavier revisó el cadáver. Encontró unas monedas de plata y cobre, más el gusano de Malman. Dejó las espadas y la daga manchada con la sangre de los niños, limpió la sangre de su daga con las ropas de Emil, miró por un momento a los pequeños asesinados y por un segundo se sintió mejor consigo mismo:
«Al menos han sido vengados».
No sentía pena por Emil, de hecho, le alegraba que su primera víctima hubiera sido un monstruo como él. Salió al pasillo, no había nadie. Con la máxima agilidad y silencio de que era capaz se dirigió al despacho de Antonio. Abrió el pasaje secreto en el librero, pues era mejor no seguir la ruta de huida original de la banda y huir por su cuenta cuanto antes. Era imposible que Emil actuara sin autorización de Vralia, por tanto, Vralia debía haber dado la orden. Atravesó el estrecho pasillo cerrando la abertura detrás de él. Unos minutos después salía a los jardines de la parte posterior de la mansión. Se movió con cautela, había un par de guardias estacionados por donde se suponía que la banda escaparía.
«Esto no era parte del plan, ¿qué hacen estos guardias aquí?», pensó.
Usando los arbustos de los jardines como escondite, se acercó hasta poder ver el frente de la mansión. Los guardias venían corriendo.
«Los guardias están aquí antes de tiempo..., es una trampa». Se quedó acostado en el suelo, entre los arbustos del jardín.
Mientras tanto, dentro de la mansión, en el tiempo que le había tomado a Xavier huir, Vralia robaba las joyas de ambos señores de la casa. No había mucho en realidad, después de todo eran nobles caídos en desgracia. Tras eliminar a los sirvientes, los otros tres miembros de la banda salieron al gran salón. La cubertería de plata generaría algún dinerillo extra. Para el momento en que salían al pasillo ya habían limpiado todo lo valioso en el salón, los cuartos de los sirvientes y la cocina.
Un dolor agudo invadió el cuerpo de Pip mientras se le hacía difícil respirar.
—Lo siento, chico —le dijo Gando tirando de él. Su gran fuerza física había hecho que la espada corta se clavara en Pip por la espalda hasta llegar a la empuñadura. Cuando Gando retiró la espada, un desconcertado Pip jadeaba, sus pulmones se llenaban de sangre y espuma roja salía de su boca mientras se desangraba en el suelo.
—No hay honor entre bandidos y necesitábamos un culpable para los guardias, te deseo suerte en tu próxima vida.
Racia y Gando se disponían a pasar sobre el cadáver de Pip tras recoger sus pertenencias valiosas cuando por el pasillo entraron los guardias, cargando hacia ellos con sus ballestas. Ante la sorpresa tardaron en reaccionar y ninguna de las cuatro flechas lanzadas falló su objetivo. Tres de ellas atravesaron a Gando, una de ellas directa al corazón, otra en la cabeza y la última al hombro derecho. Racia solo recibió una flecha en el abdomen.
—¡Vralia! —gritó Racia tan fuerte como su herida le permitió.
Vralia salió de los aposentos de Antonio a tiempo para ver a los guardias, que habían abandonado sus ballestas y clavaban sus espadas en el pecho y abdomen de Racia.
«Nos traicionaron», pensó Vralia mientras echaba a correr en dirección a la salida posterior de la casa. Racia estaba acabada y no había honor entre bandidos. Ni siquiera intentaría salvarla. Al abrir la puerta de la mansión, un par de lanzas se clavaron en su abdomen y lo volvieron a empujar dentro. Un par de guardias le estaban esperando. Vralia cayó al suelo del pasillo y los guardias sacaron las lanzas de su cuerpo solo para volver a apuñalarle en repetidas ocasiones.
Mientras tanto, Xavier salía discretamente por la puerta principal. Los guardias habían entrado en tropel en la mansión y el portón estaba abierto y sin vigilancia. De forma rápida pero sigilosa se alejó de la mansión y se perdió entre los callejones.
Xavier se hizo pasar por un viajero que llegaba tarde a una de las tabernas en la zona más pobre y alejada de la mansión de los de Brail. Durmió tirado en el duro suelo junto a otros viajeros y decidió no volver a los escondites que la banda tenía planeado usar, pues era posible que los guardias los visitaran y tenía razón. Los guardias conocían la guarida de Vralia y sus secuaces. Al amanecer salió de la ciudadela. En el camino escuchó los rumores: los guardias habían descubierto a una banda de ladrones que atacó a la noble familia de los De Brail. Desafortunadamente, no llegaron a tiempo para salvar a los habitantes de la mansión, pero tras una sangrienta batalla lograron eliminar a los criminales. Los guardias recibieron una recompensa de parte del señor de la ciudadela por su encomiable labor y ejemplar servicio.
«Así es la vida, no importa donde vayas, el mundo está lleno de gente como esa», se dijo.
Xavier continuó caminando y dejó atrás otro de sus muchos pecados. Regresaría al Reino de Veldat, pues salvo por su corta estancia en Nelsen nadie lo conocía allí. En Orphen le habían visto en algún bar y en el burdel con Vralia y los demás, no se arriesgaría a que le relacionaran con la banda y pusieran una recompensa por su cabeza.

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Avatar de Valentino-Prádena
Valentino-Prádena 2025-07-24 21:31:25

Un capitulo emocionante y bastante movido, lleno de traiciones y muerte. Xavier se convierte finalmente en hombre y escapa de los pelos ante una muerte segura.