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El último rayo del sol - 2.4. - Fictograma
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El último rayo del sol - 2.4.

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Mess_st

Publicado el 2025-07-27 20:20:19 | Vistas 144
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2.4.


En la mañana, el abogado Bartholomew Smith recibió un paquete de la detective Keynes con información sobre un nuevo y extraño deceso ocurrido en la ciudad. El señor Smith se acercó sin prisa hacia su oficina y una vez sentado frente a su escritorio, abrió el documento. Los puntos detallaban el nombre de la nueva víctima y las características de su muerte.

[Nombre: Arthur Alphonse Whittington Curley

Edad: 23 años

Lugar, día y hora del deceso: Seminario de Saint Edmund, Hertfordshire. 19 de Septiembre de 1872. Entre las 12:00 a.m. y las 3:00 a.m.

Causa del deceso: Indeterminado. // Resultado oficial: Marasmo y fatiga extrema concluyente en fallo cardíaco.]

Bartholomew se rascó la cabeza con escepticismo, la resolución estaba a la vista ¿Qué había de raro en todo ello?. Lo único que le llamaba la atención del informe era la fecha: tan solo dos días después del fallecimiento de Jacob Anderson. Las edades no coincidían aunque ambos hombres eran jóvenes y el último hecho se dio demasiado lejos del primer incidente. Él no era detective y no era su deber encontrar una conexión entre los casos. Su trabajo solo consistía en buscar una manera de quitar toda prueba que inculpara a su cliente, limpiar su nombre y salir de ahí con una buena suma de dinero por su servicio.

El joven abogado resopló resignado y continuó leyendo únicamente por empatía hacia el esfuerzo de la detective Keynes. Junto al informe, venía una carta escrita con una letra elegante pero desordenada, señal de haber sido escrita apresuradamente. Bartholomew se acomodó en el respaldo del asiento y levantó la carta a la altura de sus ojos para leerla tranquilamente.

[ Éste le puede parecer un fallecimiento más de Londres, como cualquier otro; incluso la policía intervino poco y la autopsia fue terminante y resolutiva, pero mi experiencia siguiendo los casos de su cliente, me dice que hay mucho más detrás de esto. Arthur Whittington no murió de fatiga y paro cardiaco. Su cuerpo fue drenado conforme a mi rápida investigación en el seminario. 

Según el único miembro de la congregación que accedió a hablar conmigo, el cuerpo del señor Whittington estaba pálido y tenía la piel seca. Lo más relevante, son pequeños puntos en el cuello, similares a los de Jacob Anderson, que bien pueden pasar por picaduras o heridas comunes. 

Desgraciadamente, esta vez no cuento con una imagen para comprobarlo debido a las fuertes reservas de la iglesia, pero me basto con el testimonio de mi testigo por el momento. No es suficiente y me temo que si Vincent Vaughan está detrás de este crimen, volverá a atacar. Usted mantenga los ojos abiertos.

C. Keynes. ] 

Bartholomew estaba poco convencido, sin embargo, decidió otorgar hacia la detective el beneficio de la duda. No descartaba que si su cliente había matado una vez, sea o no sea un ser sobrenatural, lo habría hecho de nuevo. Para él, un asesino era un asesino desde el momento en que le surge el pensamiento de matar.

El carruaje de Bartholomew Smith se detuvo en el pórtico de la mansión de Sir Vaughan, éste bajó con maletín en mano y el coche dio la vuelta en la calzada circular para salir de la propiedad. Se notaba el buen gusto en la arquitectura de la residencia, de arquitectura victoriana con evidente inspiración del gótico francés, como muchas de las grandes mansiones del West End. Los colores tenues y opacos le daban una apariencia de sofisticación decadente, casi lúgubre, que le otorgaban al lugar una sensación de haberse detenido en el tiempo sin haber perdido su elegancia.

El mayordomo, un hombre pulcro de cabello cano y de baja estatura, vestido con su atildado traje negro de servicio, abrió la puerta y recibió al abogado con una ensayada sonrisa. La mansión por dentro no era tan diferente como afuera; disponía de elegantes muebles modernos de madera tallada, y tapicería fina en tonos oscuros; una alfombra oriental y pequeños ornamentos como jarrones, floreros, cuadros y esculturas de lugares desconocidos para Bartholomew. Todo parecía converger en un espacio íntimo pero melancólico. 

Se dirigieron hacia la sala de estar donde Sir Vaughan recibiría al señor Smith; las pesadas cortinas de terciopelo azul marino, apenas dejaban pasar la luz del sol a través de la tela traslúcida que asomaba debajo. Para la iluminación en cambio, habían dos grandes candeleros de piso cuya tenue luz emanaba una atmósfera cálida a la sombría habitación, decorada con finos muebles de palisandro, y paredes tapizadas con motivos naturales donde las aves y flores exóticas convivían en su propio paraíso.

El abogado, absorto en tan rica exposición de elegancia lóbrega, apenas se había sentado cuando Sir Vincent Vaughan hizo acto de presencia ante él. De nuevo se puso de pie. La sorpresa del abogado Smith no solo fue por la buena factura del decorado total de la impresionante casa, si no por la imagen del exótico banquero que se aproximaba hacia él, sin zapatos y vestido con pantalones holgados a juego con una batín de fumar carmesí que le dejaba expuesto el entonado pecho. Para Bartholomew era una imagen totalmente diferente a la que tuvo de él la primera vez que se vieron en la estación de policía.

—¡Abogado Smith! ¡Qué fortuna tenerlo aquí! ¡Bienvenido!—Dijo Sir Vaughan en un tono alegre mientras extendía la mano para estrecharla contra la del sorprendido Bartholomew.

—Un, un gusto volver a verle, Sir Vaughan.—Contestó el otro un tanto nervioso por el exhibicionismo de su anfitrión. 

Smith no era un hombre elegante, sin embargo, era consciente de la etiqueta inglesa para recibir a los invitados en el hogar, un buen ejemplo de cortesía y hospitalidad, entendiendo por todo aquello, una vestimenta propia para recibir a un funcionario público; algo que le parecía increíble que su anfitrión no aplicara. Trató de no pensar que el hombre no le daba su merecida importancia. Al fin y al cabo, pensó Smith, cada quien podía hacer en su casa lo que le diera en gana y Sir Vaughan era probablemente un hombre más subversivo de lo que creía.

Bartholomew no pudo evitar sentirse incómodo, sus ojos que intentaba mantener fijos en los de Vincent Vaughan siempre bajaban hasta su pecho descubierto, lo que le hacía optar por simplemente mirar hacia abajo o a otro punto de la habitación. 

Totalmente diferente era la actitud del excéntrico banquero, que después de servir dos vasos de whisky, le dio uno a su invitado y se sentó en un sofá a unos metros frente a el. Cruzó las piernas y extendió un brazo sobre el respaldo listo para escuchar los avances de su caso.

Lo cierto era que el abogado Smith tenía mucho que decir. Acercó su maletín y sacó la carpeta con toda la información correspondiente. En ese momento, la carta de la detective Keynes cayó al piso y Sir Vaughan la miró con curiosidad sin moverse más que para dar un trago a su vaso. Bartholomew, que había comenzado a hablar respecto a su progreso en el caso, levantó la carta despreocupadamente y la volvió a meter en el maletín.

—El señor Watson todavía no ha sido acusado formalmente. Asegura no conocerle Sir Vaughan, aunque hay pruebas que demuestran que sí.—Explicó el abogado sacando un papel de la carpeta.—Aquí… un vecino dice que hacía tratos con el joven Anderson y otro vecino, dice haber visto a un sospechoso hombre de negro entrar a la casa del acusado una vez.

Sir Vaughan se rascó la barbilla en tono pensativo.

—¿Cuándo?— Preguntó.

El señor Smith buscó con la mirada entre las páginas y señaló con su dedo a un punto.—Entre… el 2 y el 5 de Agosto. El hombre está seguro porque no cayó en domingo.—Dijo concluyente.

Sir Vaughan tomó el último trago de su vaso y lo dejó a un lado sobre una mesita junto al sofá.—Sé quién ese ese tal Watson.—Dijo con una cínica sonrisa.

—Usted había dicho que n…

—Sé quién es, señor Smith.—Dijo Sir Vaughan con una suave pero resuelta voz. Se levantó y se acercó a la mesita para servir más whisky en su vaso, le ofreció a Bartholomew pero éste se negó cortésmente. Luego continuó hablando con naturalidad mientras regresaba a su asiento. —Freddy James Watson. Trabajaba para un vendedor de cerveza en Hackney. Un día me ofreció un trago o un trato estúpido para invertir en cerveza y le dije que no afirmando que a simple vista parecía orina de caballo y olía a sudor de minero.

Bartholomew se quedó mudo ante tal descarada anécdota.

—El hombre se ofuscó. Obviamente.—Continuó Sir Vaughan y dio otro sorbo a su bebida.—Le ofrecí que, en vez de comenzar una absurda pelea, le daría cuatro libras por entregarme la receta de su cerveza y mejorarla. Es mi trabajo ver más allá de las cosas simples. Al mismo tiempo que llegué a su casa, el joven Jacob entró detrás de mí. El señor Watson me mostró el desgastado papel de la receta mientras sentía que una mano hurgaba en mi chaleco. Me volteé y le di un golpe en la cabeza al chico con mi bastón. “Eso no se hace”, le dije.—Sir Vaughan agitó ligeramente el dedo índice recreando su gesto.— Y el niño salió llorando. Tiré la miserable receta al piso y me fui sin dejarle ni un centavo a Freddy Watson.

El señor Smith se había quedado sin palabras. En una sola anécdota y en tan pocas palabras había experimentado el actuar feral de Vincent Vaughan. Un hombre que se mezclaba sin problemas con los bajos mundos pero mantenía con orgullo su aguda arrogancia. Un hombre que podía estafar, golpear y matar si se sentía amenazado. 

Bartholomew tragó saliva y recordó las palabras de la detective Keynes: “No estamos tratando con gente normal, señor Smith” y se preguntó a qué se refería cuando dijo que ‘Vincent Vaughan poseía ventajas sobre otros de manera imprevisible’. Quizás el comportamiento de un hombre con tales beneficios siempre tendría todo a su favor y sentía tanto poder que podía actuar libremente. Sobre todo en la oscuridad.

Bartholomew Smith cerró los ojos un instante para tomar valor. La carta de la mañana le dejó una brecha de duda. Tenía que ser contestada, confirmada o negada.

—Necesito que me aclare algo, Sir Vaughan.

—Por supuesto.—Dijo de nuevo sonriente el banquero con una mirada que parecía sospechar la dirección de la conversación.

El abogado Smith se aclaró la garganta y habló.—Supe de un nuevo asesinato en el seminario de Saint Edmund. Un joven de veintitrés años llamado Arthur Whittington murió. La policía determinó que pudo ser por fatiga o un paro cardíaco…—Bartholomew observó la inalterable sonrisa de su interlocutor.—Pero, la detective del caso piensa que puede ser algo más debido a las coincidencias con el caso Anderson, por eso quería preguntarle… ¿Tiene… tiene usted algo que ver en ello?

Bartholomew se aferró discretamente a su maletín por si tenía que correr o lanzarlo para defenderse. Su pregunta así como sus primeras impresiones en el tema, no tenían ningún sentido, pero más valía tener todas esas pruebas descartadas para poder continuar con su labor sin la constante intervención de la detective Keynes.

Sir Vaughan estaba extrañamente sereno y sonriente.

Bebió el último trago de su vaso, lo dejó a un lado y le contestó.—Me doy cuenta de que en verdad ha empezado a hacer su tarea, señor Smith, y que ha hablado con mucha gente.

Bartholomew se preguntó si eso contestaba a su pregunta. Sir Vaughan se acomodó en el sofá y miró a su abogado con interés.

—¿Ya regresó la detective Keynes?—Preguntó fingiendo sorpresa.

—¿Conoce a la detective Keynes?

—Solo por los malos recuerdos, señor Smith. No hace falta recordarlos.

El joven abogado no sabía toda la verdad, de ninguna de las partes. Del lado de Keynes había rencor y del de Vaughan, simplemente olvido.

—Es la detective del caso y me he reunido con ella un par de veces. Me dijo que…—Bartholomew dudó.—Que había seguido varios casos parecidos al suyo.

—Parecidos. Que encantadora.—Matizó el caballero con una sonrisa sarcástica.—La detective Keynes le va a complicar su trabajo, Bartholomew. Quizás no debería preguntar más y solo limítese a hacer su trabajo, para el que le contraté.

El abogado comenzaba a sentirse verdaderamente nervioso. El tono de Vincent Vaughan, aunque aún sonaba amable parecía ligeramente más amenazador. Bartholomew no era alguien que sucumbía fácilmente a las intimidaciones. Su tiempo en el Middle Temple rodeado de viejos funcionarios y juristas, le había enseñado a enfrentarse a los clientes más aviesos. Si en algún momento tenía que poner a prueba lo aprendido en el difícil mundo de la abogacía, ese era el momento; consciente de que lo peor que podía pasar no era ser despedido.

—¿Qué pasa si más información llega a mis manos? Material convincente.—Contestó con mirada y voz firme, casi retadora.

Sir Vaughan se levantó de su asiento y se acercó a él. Su batín ondeaba de un lado a otro en su caminar, luego se sentó al lado de Bartholomew Smith, poniendo su brazo sobre el respaldo tras el y provocando que el abogado se pusiera nervioso.

—Abogado. Soy capaz de darle toda la información que desee por mi cuenta, sin intermediarios.—Dijo Sir Vaughan hablando suavemente y limpiando delicadamente un poco de polvo sobre el hombro del señor Smith.—Si vamos a sincerarnos, me temo que debe quedarse sentado y nuestra revelación debe ser igual. Aunque, con su permiso, yo me he adelantado.

—¿A qué se refiere?—Preguntó el abogado Smith mirándolo a los ojos. Estaba tan cerca de su rostro que por primera vez notó el color café claro de sus iris.

—Me queda claro que no podré controlar lo que oye o diga. ¿Quiere saber qué hecho y porqué lo he hecho? Para eso tiene que saber quién soy. Pero antes, ¿Quién es usted?—musitó el banquero. Luego se puso de pie para caminar con firmeza hacia su mayordomo, que acababa de entrar y esperaba de pie en un lado de la habitación extendiendo un elegante traje negro sobre su brazo. Sir Vaughan se quitó el batín descubriendo su fibrosa figura y se lo entregó a su mozo. Agarró su camisa y mientras se la abotonaba comenzó a hablar caminando de nuevo lentamente hacia Bartholomew y mirándolo casi sin pestañear.

—Alcohólico reintegrado. Su esposa falleció hace tres años. Su hija de seis está en el orfanato porque después de todos las faltas de su padre, el sistema no ha podido, o no ha querido, comprobar que sea el hombre honorable que es a base de esfuerzo y sacrificio. Un hombre que publica una nota casi invisible en el periódico con sus ahorros para poder conseguir trabajo, esperando que su cliente no sea un suicida o asesino confeso. No sé usted, señor Smith pero ese es el tipo de hombre que yo llego a admirar. Es una lástima que esa estructura a la que usted sostiene desde abajo, le de la espalda y no pueda concederle el derecho de tener a su hija en sus brazos cuando lo único que ella tiene en este mundo es usted.

Bartholomew Smith se había quedado sin palabras. Creía que lo de su hija era el secreto mejor guardado de Inglaterra. Después de la muerte de su esposa, se había mudado y rehecho su vida en Londres, el único lugar donde tendría a su pequeña más cerca de él y donde parecía haber una oportunidad de recuperarla si se redimía de sus errores pasados. Una fibra sensible había sido tocada, se sentía incordiado, sin embargo, de inmediato se compuso y juntó valor para ponerse de pie y enfrentarle.

—La detective Keynes dijo que conocía a su esposa aunque no lo conozca personalmente a usted. Dijo que no era un hombre ordinario. Que no era la primera vez que mataba y que la policía nunca ha dado con usted porque su método es infalible. Definitivamente creo que usted no es un hombre ordinario, Sir Vaughan, ¿Quién es usted y porqué Cecilia Keynes lo odia tanto?—El señor Smith habló con el corazón latiéndole con fuerza. 

Cuando terminó de hablar, Sir Vaughan aún tenía una expresión indiferente, se aproximó de nuevo a su mozo, y habló mientras se cambiaba los pantalones holgados y por los de vestir.

—A partir de ahora, señor Smith, es mi abogado y mi cómplice. Y nada podrá decir de esto pues retendré su lengua con mi índice y mi pulgar—Dijo mostrando y pegando sus dos dedos.

Se puso un chaleco de seda color rojo vino que resaltaba el color de sus ojos, prescindió de su mozo y le pidió que se marchara. Algo que a Bartholomew Smith le pareció que hizo con gusto. El abogado se quedó de pie sin entender qué clase de confesión estaba Sir Vaughan, a punto de revelar.

El caballero se quedó a unos metros de él. Luego, una vez solos, abrió lentamente la boca, apretó los ojos y apenas haciendo esfuerzo, sus colmillos naturales comenzaron a crecer, afilados y apenas más pequeños que los de un lobo. Bartholomew Smith se arrepintió de haberse parado de su asiento. Sin creer lo que sus ojos veían retrocedió lentamente, atónito y sin poder despegar la vista de tal siniestra escena.

Sir Vaughan abrió los ojos y sus iris, ahora, negros y profundos, parecían dos oscuros pozos donde no entraba ni la luz de la luna. Nada más de él se alteró, tan solo su expresión estaba llena de un apetito sin causa aparente. Caminó hacia el señor Smith recitando cual triste tragedia, lo que su origen significaba.

—Se dice mucho de la gente como yo, que nacemos de la sangre muerta, que nos alimentamos de la esencia y la vida, que nos ocultamos en la noche y proveemos de sufrimiento y enfermedades al hombre. Que no morimos ni vivimos, que nada tenemos y que nada tememos perder. Pero eso no es cierto. No hay nada de sobrenatural en mi fuera de estos colmillos con los que procuro mi maná, su sangre. 

Bartholomew se aferró por detrás a una mesa que le impidió seguir retrocediendo, sobresaltado y sin dejar de mirar a Sir Vaughan. Mientras tanto, éste continuó:

—Se escribieron libros y se contaron historias sobre nuestra naturaleza donde se distorsionaron sus verdades. Puedo salir al sol más no verle de frente y creo que la muerte que ofrezco desprovee de todo dolor físico y espiritual a mis dones, los que usted llama víctimas. Puedo morir como cualquiera y temo como cualquiera. En mi idioma nos llaman Vámpír y los que vivieron antes que yo fueron perseguidos, acusados, quemados…—Hizo una pausa y luego su voz sonó afligida—…Decapitados. Solo por ser diferentes, por tener eso que usted le llama beneficios.

Ante el señor Smith se proyectaba una imagen del verdadero Sir Vaughan, con una historia que no estaba seguro de querer conocer. No estaba claro cómo se alimentaba. El porqué de las marcas, el porqué de sus ‘dones’, ¿A cuántos había matado así? ¿A cuántos más quitaría la vida? La pregunta de si había matado a Arthur Whittington estaba seguro, ya había sido contestada.

El vampiro se dio la vuelta y se cubrió el rostro con una mano, cansado, no físicamente, si no por comenzar un nuevo y tortuoso capítulo de su vida donde alguien más le había hecho desnudarse. Y sin embargo, sabía perfectamente que aquello también era un arma que usaría a su favor.

Caminó hacia la puerta y salió sin más. El silencioso mayordomo entró con su adusta expresión y sin decir nada, Bartholomew supo que era hora de marcharse.

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Mess_st 2025-07-29 04:11:59

Seguimos desvelando misterios solo para darnos cuenta de los motivos que nos llevan a nuestros actos. ¡Gracias por leer!

Avatar de Valentino-Prádena
Valentino-Prádena 2025-07-28 09:35:33

Un capítulazo. Sr. Vaughn es un hombre que no se esconde de nadie y con esta revelación la novela toma un rumbo muy incierto. ¿Hasta donde puede llegar el barómetro moral del abogado Smith ahora que sabe que representa a un vampiro asesino? Por otra parte, la historia de Bartholomew Smith es interesante y muy triste a la vez.