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El espanto de Bucarest - VIII - Desconcierto y transgresión - Fictograma
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El espanto de Bucarest - VIII - Desconcierto y transgresión

Avatar de Vara

Vara

Publicado el 2025-07-29 14:29:46 | Vistas 144
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Con sumo cuidado, la recostaron sobre el diván turco, su cuerpo aún se estremecía por la la visión de la figura ominosa erguida sobre ella. Scott deslizaba torpes caricias por su cabello. Desde la cocina, el pastor Faina apareció con una tacita de rachiu, el brandy de frutas nacional, que impregnó el aire con un aroma denso y cálido.

—Beba —ordenó Faina, aproximando la taza a sus labios. Baros la vació de un trago, y el pastor, con gesto firme, le tomó la mano—. Sosiéguese, ya pasó.

Baros alzó los ojos hacia Scott, en cuya sonrisa frágil buscaba una infusión de valor. En su mirada, una melancolía muda articulaba una súplica de disculpa. Usted tenía razón.

—Dios —murmuró Faina, depositando la taza sobre la mesita de la sala— conoce las razones de estos designios…

—Pastor Faina —lo atajó Scott, con un ademán conciliador para sofocar el sermón que se avecinaba—, creo que lo prudente es permitir que Baros repose. Está claramente alterada.

—No, no… —replicó Baros, apartándose el cabello con un gesto enérgico e irguiéndose en el diván con visible esfuerzo—. Estoy bien. Solo necesito ordenar el caos de mis pensamientos… Y, Scott, discúlpeme por no haberle creído antes.

—No hay nada que perdonar —respondió éste con suavidad—. Lo esencial ahora es que se reponga.

Un destelló de lucidez pareció iluminarla.

—Entonces, lo que presencié en la escena del caso Rahova… y los rumores sobre el balaur, esas garras, esos alaridos…

—¿Y la forma en que murió Emile? —añadió Scott, casi sin premeditación, golpeándola con la crudeza.

—Emile… —El nombre se le quebró en la garganta. Una risa nerviosa brotó de sus labios, seguida de un gesto de desesperación. Las lágrimas comenzaron a deslizarse, desdibujándole el maquillaje.

—No siga —la consoló Faina, con su voz grave teñida de piedad—. Olvide lo que ha visto hoy; no se atormente más.

Baros se dejó caer contra el respaldo con un suspiro que parecía exhalar el peso del mundo.

—Tiene que haber una explicación racional —intervino Scott, recorriendo la sala con pasos inquietos, crujía los dedos ante la presión de su ansiedad—. ¡Tiene que haberla!

—Sin duda, sin duda —asintió Faina, perdido en sus cavilaciones.

—¡No, no puede ser…! —masculló Baros, su voz desvaneciéndose en un hilo—. No puedo aceptar que criaturas sobrenaturales acechen y maten en las calles… —Hizo una pausa, la garganta atenazada—. Y, sin embargo… lo vi con mis propios ojos, olí su aliento fétido, contemplé esa boca erizada de dientes, ese rostro infernal. No tengo dudas de los testimonios que describen al balaur despedazando a sus víctimas. —Sus ojos se entornaron, mientras su voz se diluía en una niebla distante—. Tendré que replantear mi trabajo, desechar mis hipótesis, empezar de cero.

—Ya que lo menciona —dijo Scott, ensimismado—, me pregunto: ¿qué tengo yo que ver con esa criatura? Me atacó en el hotel.

Baros se incorporó abruptamente, despojándose de la chaqueta y el arnés policial con movimientos automáticos. Dejó el arma sobre la mesa.

—No lo sé —admitió, desorientada—. No lo sé. Pero usted y Emile eran muy cercanos, ¿no es así?

—Sin duda —respondió Scott—. Compartíamos nuestras vidas, nuestros descubrimientos en el laboratorio… Todo por correspondencia, por cartas. Desde que dejamos el MIT, no volvimos a vernos.

—Estoy perdida —confesó Baros, levantándose; se limpió el rostro frente a un espejo—. No sé qué pensar ni a quién recurrir.

—¿Y Popescu? —sugirió Scott—. Debe saber algo, podría ayudarte.

—No lo creo —replicó ella, inquieta—. Y aunque supiera, me es indiferente. Nunca me ha respaldado…

—Pero son compañeros —insistió Scott, incrédulo.

—Créame, Scott —zanjó ella con sequedad.

—Que el Señor me perdone —intervino Faina—, pero si el Diablo existe, no es descabellado que esta criatura provenga de los infiernos. He presenciado posesiones donde los hijos de la tiniebla levitaban a sus víctimas, arrojaban objetos y se transfiguraban.

—¡Por Dios, pastor! — exclamó Scott, indignado—. ¿Qué disparate es ese?

—Dios vive —replicó Faina con serenidad—, y su adversario también. ¿Acaso no cree en las Escrituras?

Scott guardó silencio, visiblemente contrariado.

—Dejando eso de lado —interrumpió Baros, frunciendo el ceño—, me inquieta que esa criatura intentara matar al financiero Stefan. Me atacó por defenderlo.

—¿Y por qué será? —preguntó Faina, como si le pidieran su parecer—. ¡Quién sabe!

—Voy por más rachiu —anunció Scott, encaminándose a la cocina.

—Lo acompaño —dijo Baros, siguiéndolo.

Un golpe seco sonó en la puerta de la trastienda. Ambos se detuvieron.

—Yo atiendo —dijo Faina, despreocupado.

—¡Pastor! —gritó Baros desde el resquicio de la cocina, apoderaba por el miedo a un nuevo asalto.

Faina giró el pomo con naturalidad. Scott se acercó a Baros con la botella en mano, mientras ésta cogía la Beretta de la mesa y la empuñaba. La puerta se abrió.

—¡Oh, Dios! — exclamó Faina.

—¿Pastor Faina? —llamó Baros, intrigada, con el arma presta.

—¡Oh, Dios! —repitió el pastor, atónito—. ¡Popescu! Qué alegría verte. Pasa, pasa. —Se giró hacia Baros, ignorando el arma en sus manos—. ¡Es el agente Popescu!

—Tengo un mensaje para Baros —anunció Popescu, acompañado de una mujer muy bonita—. El comisionado Maior quiere verte mañana en la oficina. Creo que es para presentarte a agentes extranjeros.

Baros apartó a Faina con un “con permiso”.

Asintió a Popescu y lanzó una mirada escrutadora a su acompañante.

—Oí que tuviste un incidente en el Cementerio. ¿Estás bien? Hubo denuncias en la Gendarmería.

—Hablaremos en la oficina —cortó Baros, lacónica.

—¿No quieren un trago de rachiu? —ofreció Scott, con una candidez que desarmó a Baros.

—No, gracias —rió Popescu, rodeando a la mujer por la cintura—. Me retiro. Gracias, pastor Faina. Que tengan un buen día.





El secretario deslizó el periódico sobre el escritorio con un ademán casi ceremonial.

—Lea el titular de primera plana, señor Razvan —solicitó con voz contenida.

Razvan lo tomó entre sus manos y soltó una carcajada estentórea al leer: «OTRO ATENTADO CONTRA EL FINANCIERO STEFAN».

—¡Ahí tienes, maldito Stefan! —proclamó, triunfal, antes de que su rostro se ensombreciera al continuar la lectura—. Pero, ¿qué demonios significa esto?

—El balaur —respondió Pita, limpiando con parsimonia los cristales de sus anteojos con un pañuelo—. El de las leyendas transilvanas.

—Vamos, Pita, no me vengas con fábulas —replicó Razvan, endureciendo el tono—. ¡Esto es puro teatro! Una artimaña de Stefan para victimizarse de cara a las elecciones preliminares. Cree que así ganará el favor del pueblo. ¡Pura farsa! —Arrugó el diario con desprecio y lo arrojó al cesto.Pita se reclinó en su silla, imperturbable.

—No es la primera vez que el balaur aparece. El vulgo murmura que ha segado seis vidas.

—¿Seis? —Razvan frunció el ceño, incrédulo—. ¿Y yo me entero ahora de este balaur?

—¿No recuerda el caso publicado por el Evenimentul? Un testigo juró haber visto a un balaur acabar con Rahova. Ahora le atribuyen las muertes de Oprea, Constantine, Vasile y Florin. Ayer, una mujer me confió que el PRMU está maldito.

—Por favor, Pita… —Razvan negó con la cabeza—. Esto huele a Mafia Roja. ¿No trabajaba Rahova para Stefan? Son rumores, pero podrían tener sustancia.

—Es lo que dice el pueblo —concedió Pita, ajustándose los anteojos—. Y hablando de Stefan, he concertado una cita para usted con Adrian Dendiu.

—¿Dendiu? —Razvan lo miró con suspicacia.


—El hijo, no el “Químico”.

—¿Y por qué demonios debería reunirme con él?

—Porque ese joven es el mayor sostén del Partido.

—¿Qué tiene que ver su apoyo al PRMU con esta farsa? —estalló Razvan, golpeando el escritorio—. ¡Por Dios, Pita, me pides que negocie con el hijo de un bandido, un narcotraficante!

—Solo son habladurías, señor presidente. Usted y yo sabemos que la verdad no es tan simple.

—¡No sé nada! —rugió Razvan, exasperado—. ¡Y no quiero verme envuelto en esto!

—Pues debería —replicó Pita con una sonrisa ladeada, tomando un cigarrillo del cenicero—. Podría serle útil contra Stefan.

—¿Útil? ¿En qué sentido?

—Con más fondos y otras ventajas. —Pita exhaló una nube de humo con aire provocador.

—Basta, Pita —cortó Razvan, furioso, descargando un puñetazo sobre el escritorio de roble—. Esto no puede seguir así. Exigiré al Comité Central que expulse a ese criminal del Partido. ¡No toleraré su influencia!

—Vamos, Razvan, no sea tan puritano —se mofó Pita.

—Es una cuestión de honor —replicó Razvan, con voz firme—. ¿Sabe lo que pasaría si la prensa descubriera que el Partido depende de mafiosos? Ruina, cárcel, deshonra…

—No es para tanto —minimizó Pita—. Desde que cayó Ceausescu, con dinero todo se arregla: hasta la prensa calla, o desinforma.

Pita se levantó, quebró el cigarrillo a escondidas y se acercó a la puerta.

—Venga conmigo —lo instó—. Visitemos la fábrica de Dendiu en Colentina. Verá lo que el futuro nos depara.

—¡Qué descaro, Pita! —protestó Razvan—. ¡Qué proposiciones me haces!

—Vamos, Razvan —le contravino Pita con una mirada maliciosa—, usted que unió a los opositores en el ’89, ¿no va a ensuciarse un poco las manos ahora por el Partido que fundó?

“¿Sabe quién me dio los reportes sobre los daños del “Youngever”? No fue Mihail Tudor, del Ministerio de Sanidad.”

—¿No fue Tudor? —Razvan tragó saliva, desconcertado.

—¡Claro que no! —rió Pita—. Tudor trabaja para Stefan. Sígame, no sea ingenuo.

Razvan sintió una punzada de humillación. En Rumania, era un ícono de la Revolución de 1989, un artífice clandestino que unió a los partidos opositores, un héroe que contribuyó a capturar y enjuiciar a Ceausescu por genocidio y abuso de poder. Ahora, Pita, con su insolencia, lo empujaba a aliarse abiertamente con Adrian Dendiu, hijo de un presunto criminal. Sus ojos enrojecidos destilaban una furia contenida. Luchar toda una vida, arriesgarlo todo, para que este oportunista me ridiculice. ¿Qué sabe Pita del honor bajo la persecución, de las torturas de la Securitate, de caminar con temor en la noche? Pita era un parásito, un títere de los poderosos que habían corrompido los ideales de libertad.

Sin embargo, Razvan conocía el arte del sacrificio. En el pasado reciente, había cedido la presidencia del PRMU a un político sin escrúpulos como Tudescu, para “infusionarle nueva savia”, solo para ver al Partido languidecer bajo su retrogradismo. Después aceptó el ingreso de Stefan y otros advenedizos ricos, que, con su arrogancia, lo marginaron. Sin embargo, Razvan era un héroe y los héroes nunca mueren en batalla, sufren, eso sí, pero al final logran realizar su cometido. El pueblo, olvidadizo pero sensible al dolor compartido, aún lo recordaba, y lo había reelegido como presidente del partido fundado por él. Razvan sabía que debía adaptarse: si el pueblo anhelaba cambio, él estaba allí para encabezarlo. Si para ello había que transgredir como lo había hecho, lo haría de nuevo.

El frenesí político borbollaba en las plazas y los financieros poderosos como Stefan y Dendiu lo aprovechaban para enriquecerse todavía más. Ahora Velkan Razvan se enfrentaba a un poder tan implacable como el comunista, el del dinero, con Stefan como adalid.

Y, Razvan, sin recursos, debía enfrentarlo con honor, o con maquiavelismo.


Había comenzado a desacreditar a Stefan con pruebas sobre los efectos nocivos de sus fármacos en sus mítines, rehusando con esta táctica aliarse con poderosos que, según él, no veían por el bienestar del pueblo. ¿Qué le quedaba por hacer ante este escenario? En una sola palabra: Gobernar. ¿No merecía, tras décadas de tortura y lucha, la presidencia del país? Si las grandes naciones justificaban sus guerras con sendas mentiras, ¿por qué no podía él aliarse con Dendiu para favorecer a la democracia?

Razvan había batallado contra esa disyuntiva moral por demasiado tiempo; su contradicción lo consumía, lo hacía avanzar un paso y retroceder dos. Pero no hoy.

“Hay que hacerlo por la libertad democrática”, se persuadió, abriendo la puerta de roble para seguir a Pita. “Por la Democracia.”






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HdelMonte 2025-07-30 13:10:16

Logra mantener la tensión en los diálogos y la interacción entre los personajes. Hay manejo efectivo de atmósferas densas, especialmente en la escena inicial con Baros y el pastor, equilibrando vulnerabilidad y racionalidad. El la segunda parte (Razvan y Pita) introduce hábilmente el trasfondo político-social, conectando lo sobrenatural con la corrupción y el poder, lo que le da densidad y realismo, Sugerencias: En algunos momentos el ritmo decae por la acumulación de réplicas. cuidar la naturalidad de las transiciones y buscar más "gestos" o acciones mínimas que reflejen el estado interior de los personajes, es solo una apreciación, los diálogos son eficaces y los personajes complejos.